domingo, 21 de febrero de 2010

Élites oportunistas


Por: Fernando Ropigliosi
En el Perú las élites de derecha e izquierda no son afectas a la democracia. La defienden cuando les conviene y la atacan cuando les incomoda.
Un excelente libro de Eduardo Dargent analiza el comportamiento de las élites frente a la democracia, su postura acomodaticia respecto al autoritarismo cuando este les es propicio: Demócratas precarios. Élites y debilidad democrática en el Perú y América Latina, IEP, 2009.
LA TESIS
La idea básica del libro es que “las élites de derecha e izquierda subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo. Por ello, cuando las élites de ambos lados del espectro político perciban que un gobierno con tendencias autoritarias está dispuesto a favorecer a sus intereses, traicionarán la democracia y apoyarán estas medidas autocráticas. Al contrario, las élites amenazadas por un gobierno no democrático sí valorarán la democracia liberal y utilizarán sus recursos para defenderse, si se encuentran en una posición de debilidad. Llamo a estas élites demócratas precarios. Demócratas pues actuarán como verdaderos demócratas cuando se sientan débiles y los recursos de la democracia les sirvan para proteger sus intereses frente a gobiernos abusivos; precarios, pues abandonarán los valores democráticos cuando tengan poder y consideren que sus intereses pueden ser resguardados por medios no democráticos”.
La importancia de esta tesis es, agrega Dargent, que la traición de las élites a la democracia es crucial para precipitar la caída del sistema, dado que las élites son fundamentales tanto para proteger como para derrocar la democracia.
FUJIMORISMO
El caso típico y reciente, analizado por Dargent es el de Alberto Fujimori que, a pesar del golpe del 5 de abril de 1992 que establece una dictadura, es respaldado por casi toda la derecha, empezando por la empresarial, representada por la CONFIEP.
Mario Vargas Llosa, que no es un demócrata precario sino consecuente, se convierte en un traidor para la derecha que apoya sin pudor a Fujimori.
Jorge Camet, ex presidente de la CONFIEP, ocupa durante largos años varios ministerios y se convierte en uno de los nexos más importantes entre Fujimori y el empresariado.
Entre los intelectuales conservadores que apoyaron a la dictadura, Dargent señala a Fernando de Trazegnies y Francisco Tudela.
La mayor parte de las izquierdas que se opusieron a Fujimori usando las banderas de la democracia liberal “actuó estratégicamente” (léase: oportunistamente), sostiene Dargent. Es esa misma izquierda que en la década de 1980 denostaba la democracia liberal y coqueteaba con la subversión, y en la siguiente se arrojaría a los brazos de Ollanta Humala.
Inversamente, en el 2006, la derecha que respaldó a Fujimori y Vladimiro Montesinos, se declaraba “preocupada por el riesgo que esa candidatura –Humala– representaba para la democracia”.
OTROS TEMAS
El mismo comportamiento oportunista tienen las élites de derecha e izquierda respecto a temas específicos. Por ejemplo, los izquierdistas peruanos se suman entusiastamente a las denuncias de corrupción e ineptitud que recibe el gobierno de Alan García, lo cual está muy bien. Y callan en todos los idiomas respecto a la corrupción e ineptitud del gobierno de Hugo Chávez, que supera largamente a su par peruano en ambos rubros.
En temas básicos, como los derechos humanos y el derecho a la vida, las élites de izquierda y derecha son igual de oportunistas.
Por ejemplo, cuando se trata del “escuadrón de la muerte” de Trujillo, denunciado por Ricardo Uceda, los derechistas lo apoyan o tratan de encubrirlo, al revés de los izquierdistas.
Y si se trata de los 24 policías asesinados en Bagua por los nativos, la mayoría a sangre fría y sin que mediara un enfrentamiento, los izquierdistas miran al cielo e intentan encontrar alambicadas justificaciones para encubrir y defender a los asesinos.
ZELAYA Y CHÁVEZ
Igual ocurre en el terreno internacional. Los izquierdistas se rasgan las vestiduras por el derrocamiento de Manuel Zelaya, en nombre de la democracia liberal. Y aplauden todos los días los zarpazos dictatoriales de Hugo Chávez y Evo Morales (que acaba de hacerse de un plumazo del Poder Judicial boliviano).
Inversamente, los derechistas, que no se hacen problemas con el golpe a Zelaya, atacan a Chávez y Morales con argumentos democráticos, aunque en realidad lo que les disgusta es que sean populistas y socialistas.
Son muy pocos los que defienden la democracia como un valor en sí mismo, que condenen simultáneamente la Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez, al fujimorismo peruano o a Pinochet, en su momento. Los que rechazan a la vez al escuadrón de la muerte de Trujillo y al grupo Colina, y a los nativos asesinos de Bagua.
En el Perú las élites de derecha e izquierda no son afectas a la democracia. La defienden cuando les conviene y la atacan cuando les incomoda.
Un excelente libro de Eduardo Dargent analiza el comportamiento de las élites frente a la democracia, su postura acomodaticia respecto al autoritarismo cuando este les es propicio: Demócratas precarios. Élites y debilidad democrática en el Perú y América Latina, IEP, 2009.
LA TESIS
La idea básica del libro es que “las élites de derecha e izquierda subordinan su compromiso con la democracia liberal a sus intereses de corto y mediano plazo. Por ello, cuando las élites de ambos lados del espectro político perciban que un gobierno con tendencias autoritarias está dispuesto a favorecer a sus intereses, traicionarán la democracia y apoyarán estas medidas autocráticas. Al contrario, las élites amenazadas por un gobierno no democrático sí valorarán la democracia liberal y utilizarán sus recursos para defenderse, si se encuentran en una posición de debilidad. Llamo a estas élites demócratas precarios. Demócratas pues actuarán como verdaderos demócratas cuando se sientan débiles y los recursos de la democracia les sirvan para proteger sus intereses frente a gobiernos abusivos; precarios, pues abandonarán los valores democráticos cuando tengan poder y consideren que sus intereses pueden ser resguardados por medios no democráticos”.
La importancia de esta tesis es, agrega Dargent, que la traición de las élites a la democracia es crucial para precipitar la caída del sistema, dado que las élites son fundamentales tanto para proteger como para derrocar la democracia.
FUJIMORISMO
El caso típico y reciente, analizado por Dargent es el de Alberto Fujimori que, a pesar del golpe del 5 de abril de 1992 que establece una dictadura, es respaldado por casi toda la derecha, empezando por la empresarial, representada por la CONFIEP.
Mario Vargas Llosa, que no es un demócrata precario sino consecuente, se convierte en un traidor para la derecha que apoya sin pudor a Fujimori.
Jorge Camet, ex presidente de la CONFIEP, ocupa durante largos años varios ministerios y se convierte en uno de los nexos más importantes entre Fujimori y el empresariado.
Entre los intelectuales conservadores que apoyaron a la dictadura, Dargent señala a Fernando de Trazegnies y Francisco Tudela.
La mayor parte de las izquierdas que se opusieron a Fujimori usando las banderas de la democracia liberal “actuó estratégicamente” (léase: oportunistamente), sostiene Dargent. Es esa misma izquierda que en la década de 1980 denostaba la democracia liberal y coqueteaba con la subversión, y en la siguiente se arrojaría a los brazos de Ollanta Humala.
Inversamente, en el 2006, la derecha que respaldó a Fujimori y Vladimiro Montesinos, se declaraba “preocupada por el riesgo que esa candidatura –Humala– representaba para la democracia”.
OTROS TEMAS
El mismo comportamiento oportunista tienen las élites de derecha e izquierda respecto a temas específicos. Por ejemplo, los izquierdistas peruanos se suman entusiastamente a las denuncias de corrupción e ineptitud que recibe el gobierno de Alan García, lo cual está muy bien. Y callan en todos los idiomas respecto a la corrupción e ineptitud del gobierno de Hugo Chávez, que supera largamente a su par peruano en ambos rubros.
En temas básicos, como los derechos humanos y el derecho a la vida, las élites de izquierda y derecha son igual de oportunistas.
Por ejemplo, cuando se trata del “escuadrón de la muerte” de Trujillo, denunciado por Ricardo Uceda, los derechistas lo apoyan o tratan de encubrirlo, al revés de los izquierdistas.
Y si se trata de los 24 policías asesinados en Bagua por los nativos, la mayoría a sangre fría y sin que mediara un enfrentamiento, los izquierdistas miran al cielo e intentan encontrar alambicadas justificaciones para encubrir y defender a los asesinos.
ZELAYA Y CHÁVEZ
Igual ocurre en el terreno internacional. Los izquierdistas se rasgan las vestiduras por el derrocamiento de Manuel Zelaya, en nombre de la democracia liberal. Y aplauden todos los días los zarpazos dictatoriales de Hugo Chávez y Evo Morales (que acaba de hacerse de un plumazo del Poder Judicial boliviano).
Inversamente, los derechistas, que no se hacen problemas con el golpe a Zelaya, atacan a Chávez y Morales con argumentos democráticos, aunque en realidad lo que les disgusta es que sean populistas y socialistas.
Son muy pocos los que defienden la democracia como un valor en sí mismo, que condenen simultáneamente la Cuba de los Castro y la Venezuela de Chávez, al fujimorismo peruano o a Pinochet, en su momento. Los que rechazan a la vez al escuadrón de la muerte de Trujillo y al grupo Colina, y a los nativos asesinos de Bagua.

Izquierdas


Por Rocío Silva Santisteban
Hay quien dice que las elecciones destruyen a la izquierda. Obviamente no se trata necesariamente de los maoístas de antaño que consideraban a todos los que no comulgaban con el “correcto camino del proletariado” como unos oportunistas electoreros, infantiles y revisionistas. No, al contrario. Me refiero a aquellos que sostienen que cuando se viene una elección –y todo el mundo de nuevo y a acomodarse– se producen problemas de matiz que finalmente fragmentan a la precaria izquierda peruana. ¿Por qué si las propuestas de corrección del modelo neoliberal que comulgan con una mística de justicia social y redistributiva son, en el fondo, muy parecidas unas a otras?, ¿por qué no cabe la posibilidad de un espacio –no sé si frente, acuerdo, polo, movimiento, o lo que quieran llamarle– que aglutine no solo por cálculos electorales, sino precisamente, por ideas comunes?, ¿qué ofrecerles a todos los jóvenes que no tienen ni la menor idea de lo que fue Izquierda Unida ni se acuerdan haber tomado vasos de leche en nombre del tío Frejolito?
Hoy ese amplio espectro de las diversas izquierdas –nacionalistas, internacionalistas, medioambientales, proéticas, militantes, activistas, socialistas– deben construir no solo la unidad sino un nuevo discurso que hable, que sea visible, que diga algo, más allá de la cháchara en sordina a que nos tienen acostumbrado el lenguaje de las ONGs, del desarrollismo, de lo jurídico, del feminismo. Mística: eso es lo que se requiere. Apelar al otro. Significar algo. Hablarle cara a cara y sin temores al peruano o a la peruana que votará por primera vez y que ha sobrevivido aprendiendo en la niñez a la despolitización de la sociedad. No subestimar a los jóvenes, por el contrario, exigirles que sean ellos los protagonistas de la nación.
Para eso por supuesto se requiere de vocación de poder. Pensar en elecciones, pero sobre todo, pensar en una recomposición de las formas de organizar la democracia. Y para eso es necesario radicalizar la democracia en el sentido más prístino posible: me refiero a participar efectivamente del gobierno a través de muchas formas de representación y acción. Lo que sucede es que este modelo, al que están tan acostumbrados los sectores populares que deben gestionar desde el agua hasta la luz, exigen del ciudadano/a. –¿“pobladores”?– dejar de lado la pasividad del voto cada cinco años. En un país profundamente autoritario, donde se prefiere dejar al “líder” la resolución de los problemas y la ejecución de las soluciones, la facilidad de vegetar como ciudadano abona una modorra política y moral que definitivamente está en las clases medias y medio-altas identificadas con un mundo ilusorio de consumo y servicios. Esa modorra es la otra cara de la moneda del boom del equipamiento del hogar, de las 4x4, de las casas de playa minimalistas. Esa modorra política no puede contagiar a todo el espectro social.
Como decía Friedrich Hölderlin, “los pueblos se amodorran pero el destino no deja que se duerman”. Así que, antes de que el destino nos lance su cubo de agua a los ojos, es preferible levantarse y pasar a la acción. Y si bien es cierto que se requiere revisar el sistema de partidos, e incluso, dejar una puerta abierta a los movimientos sociales organizados y a otro tipo de participación política no-partidaria, ahora más que nunca es necesario renovar el lenguaje de las diversas izquierdas. En un mundo donde lo abstracto deviene en inútil frente a lo mediático y visual, es necesario condensar el discurso, unificarlo, darle vida, fuerza, vitalidad, belleza, ligereza, eficacia. Descartar de una vez y para siempre aquellas palabras que por usadas y re-usadas, se vuelven retórica, y pierden definitivamente su color: “articulación”, “fuerzas progresistas”, “cambio”, sobre todo esta última, tan devaluada por ese antojadizo uso anaranjado.
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CREEMOS EN LA DEMOCRACIA, LOS DERECHOS HUMANOS, LA JUSTICIA SOCIAL, LA LIBERTAD, LA VIDA Y LA PAZ. QUE NUNCA MÁS NADIE TENGA QUE SUFRIR PERSECUCIÓN, DESTIERRO, PRISIÓN O MUERTE POR SUS IDEAS.