lunes, 30 de enero de 2012

POL POT EL CARNICERO DE CAMBOYA: EL GENOCIDIO DE CAMBOYA


(1928-1998) Militar y político camboyano, considerado responsable de Camboya bajo el régimen de los jemeres rojos (1975-1979). Nacido en la provincia de Kompong Thom, participó en la resistencia antifrancesa de Indochina liderada por Ho Chi Minh.
Pol Pot se llamaba en realidad Saloth Sar y había nacido el 19 de mayo de 1928 en la localidad camboyana de Prek Sbauv, en el seno de una familia de campesinos acomodados. El pequeño Saloth fue enviado a un monasterio budista donde se educó durante tres años, y era ya un adolescente cuando los monjes, al parecer no sin cierto embarazo, comunicaron a la familia que Saloth Sar no podía seguir sus estudios en el centro. Le costaba estudiar, explicaron. Intelectualmente, el chico no daba para mucho.
Así que Saloth se trasladó a Phnom Penh, donde su hermano mayor tenía un buen puesto como funcionario en el palacio real junto al rey Monivong. Es en esta época cuando tiene lugar una historia que quizá vaya a marcar para siempre el destino de Saloth Sar: una de sus hermanas, Sarouen, fue aceptada como integrante del cuerpo de baile de palacio, y no tardó en convertirse en concubina del rey. En la corte, Sarouen debió sufrir continuos desprecios por su condición social, y Saloth, que vivía con ella, era testigo diario de la amargura de la joven. En el adolescente empezó a
fraguarse un odio profundo hacia la clase dominante que se valía de su posición para humillar a los inferiores. (Fuente Consultada: historiaarte.net)
En 1946, ingresó en el ilegal Partido Comunista Indochino y más tarde realizó estudios en París, donde continuó con sus actividades políticas. Trabajó posteriormente como maestro en Phnom Penh. En 1960, participó en la fundación del Partido Popular Revolucionario Jemer (o Partido Comunista Jemer), del cual fue nombrado secretario general dos años después. En 1963, se desplazó a la selva camboyana, donde organizó el grupo guerrillero denominado Jemer Rojo.
Durante la abierta guerra civil que siguió al golpe de Estado de Lon Nol en 1970, se alió con el príncipe Norodom Sihanuk. Después de que los jemeres rojos expulsaran del poder a Lon Nol en 1975, Pol Pot ocupó la jefatura de gobierno y dirigió la evacuación de las ciudades camboyanas, obligando prácticamente a toda la población del país a trabajar como campesinos. Pol Pot fue depuesto en enero de 1979 por los vietnamitas, que habían invadido el país; a partir de entonces, desencadenó una guerra de guerrillas contra el nuevo gobierno impuesto por Vietnam. En 1982, creó un frente común con los líderes de la oposición, el príncipe Sihanuk y el antiguo primer ministro Son Sann.
Dimitió como comandante en jefe del Jemer Rojo en 1985 y permaneció incomunicado tras el establecimiento del nuevo gobierno camboyano en 1993.
Posteriormente, siguió manteniendo en la selva el movimiento guerrillero, hasta que, el 17 de junio de 1997, los jemeres rojos anunciaron mediante un mensaje radiofónico captado en Bangkok (Tailandia) que habían detenido a su líder histórico Pol Pot, el cual se encontraba huido desde hacía varios días de su campamento en Anlong Veng, en la jungla camboyana, después de asesinar a algunos de sus colaboradores y pretender dirigirse a la frontera tailandesa.
Muerte de Pol Pot:  El cadáver de Pol Pot (15 de abril de 1998) se encontraba tendido en la cama, cubierto sólo a medias por una sábana de color indescifrable. Llevaba puesta una camisa y unos pantalones cortos, y estaba descalzo. Junto a su cabeza, alguien había colocado dos pequeños ramos de flores y un paipay. Las únicas pertenencias que conservaba eran unas latas de conservas, una bolsa de plástico, un barreño y una cesta de mimbre.
Unos cuantos guerrilleros jemeres vigilaban el cadáver, y en una esquina de la cabaña que les había servido de vivienda, dos mujeres lloraban en silencio. Una era Sith, la hija adolescente del dictador. La otra, su segunda esposa, Mia Som, con la que llevaba una década casado en segundas nupcias mientras su primera mujer, Khieu Ponnary, se consumía recluida en un siniestro hospital psiquiátrico de Pekín.
Esto es un artículo de la revista Gente en 1977 cuando escribía sobre las injusticia del régimen
autoritario de líder revolucionario Pol Pot:
El infierno está en la tierra, queda entre Tailandia, Laos y Vietnam. Se llama Camboya. Todo lo que sucede allí no es parte de un relato fantástica ni de una película terrorífica. Tampoco ha ocurrido hace tiempo. Todo pasa en estos momentos mientras usted lee estas mismas líneas.
En ese lugar, un pueblo está condenado. Es castigado con trabajos forzados, está esclavizado, torturado y muchas veces asesinado, en nombre de una ideología que se propone crear un "hombre nuevo". Camboya (la actual, la de la bandera roja) se está construyendo sobre un inmenso osario. Sobre las lágrimas y los despojos de los intelectuales, de los funcionarios, de las mujeres, de los campesinos y de los niños. Porque en esta Camboya perseguida y quebrantada, los niños ofician obligadamente de espías, de delatores de sus propias familias.
El infierno está en la tierra y se llama Camboya.
El país está sometido al "Angkar", una "organización" que es sin eufemismos, nada más y nada menos que el partido comunista camboyano. En la cumbre de esta "organización" está el "Angkar Leu", un organismo al cual los camboyanos prefieren llamar por su verdadero nombre: "el país de los muertos", ya que ninguna persona que sea obligada a comparecer ante ellos regresa jamás. En la base de] "Angkar" están los cuadros, los educadores, los que vigilan los trabajos, los jefes de aldea y los comandantes de distrito. Todos tienen una función común: el señalamiento y la muerte de quienes no piensan como ellos.
Camboya tiene siete misiones de habitantes. Es un pueblo sufrido, de trabajo, de ritos milenarios y de tierras feraces. Esos siete millones de habitantes son manejados por una máquina política y administrativa que le permite a un puñado de hombres (unos 200.000) sojuzgar a la población entera.
Hay camboyanos deportados en su mismo país. No se les perdonó la vida; simplemente se les alargó la agonía. El hambre y las enfermedades hacen estragos entre ellos. Ya no tienen fuerzas. Entre siete u ocho deben arrastrar un arado. Cuatro cucharadas de sopa de arroz es su diaria alimentación. Deben levantarse a las cuatro de la mañana y trabajar hasta las 22. la mayoría de ellos sufre-paludismo y disentería. Los soldados rojos les dicen a los enfermos que su mal "es del espíritu", y ya no les dan comida. Hay centenares de testimonios sobre estas muertes, sobre estas pesadillas que en Camboya tienen suficientes nombres y apellidos.
Se "Calcula que un millón de personas han muerto. Un millón de cadáveres son la columna vertebral de esta realidad atroz. Pero, ¿por qué' hay tanto silencio en torno a Camboya? ¿Por qué únicamente los testimonios de algunos refugiados, las notas periodísticas de "Le Point", de Parls, algunos relatos orales y algunas fotos borrosas y desgarradoras son las únicas voces que se alzan contra tanto crimen?
¿Cómo es posible el silencio de la Organización de las POS
Naciones Unidas, de la Arnnesty Internacional, por ejemplo? Hay algunas razones claras y sencillas: la flamante mayoría que ha 'creado en la ONU el tercer mundo y los países socialistas elige con cuidado a sus condenados. Jamás están entre sus acólitos.
Mientras todo este silencio continúe, esta sangrienta revolución se seguirá apoderando de¡ poder y la muerte será el amanecer de Camboya (Tomado de "Gente").

Los campos de exterminio   Por Daniel Rodríguez Herrera

El gobierno provietnamita instalado tras la caída de Pol Pot creó un "Museo del genocidio", cuyo nombre inspira el nuestro, donde se exponen miles de huesos de víctimas que no serán identificadas jamás.
En Camboya tuvo lugar el experimento de ingeniería social más atrevido y radical de todos los tiempos. Fue el comunismo llevado a su consecuencia lógica, a su mayor extremo. El dinero desapareció y la colectivización integral se llevó a cabo en sólo dos meses. El gobierno del Angkar duró tres años y ocho meses y sembró de cadáveres el país: alrededor de dos millones de muertos para una población total de ocho millones.
Pin Yatay, superviviente, nos cuenta que "en la Kampuchea democrática no había cárceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni moneda, ni deporte, ni distracciones… En una jornada de veinticuatro horas no se toleraba ningún tiempo muerto. La vida cotidiana se dividía del modo siguiente: doce horas de trabajo físico, dos horas para comer, tres para el descanso y la educación, siete horas de sueño. Estábamos en un inmenso campo de concentración. Ya no había justicia. Era el Angkar el que decidía todos los actos de nuestra vida"
Pol Pot y sus jemeres rojos iniciaron en 1970 una guerra civil apoyada por el gobierno de Hô Chi Minh. Ya entonces mostraron su extrema crueldad: no sólo los prisioneros fueron maltratados y ejecutados, sino que también fueron encarcelados sus familias, reales o inventadas, monjes budistas, gente sospechosa en general, etc.. En las prisiones, los malos tratos, el hambre y las enfermedades acabaron con casi todos ellos y, desde luego, con la totalidad de los niños detenidos.
Pero ese horror en guerra no era más que el preludio de lo que llegaría desde que el 17 de abril de 1975 ésta terminó con el triunfo de Pol Pot y los suyos. La primera medida fue el desalojo de los más de 3 millones de habitantes de las ciudades, realizada inmediatamente. Esto provocó la división entre "viejos" (los campesinos de siempre) y "nuevos" (los habitantes de las ciudades reconvertidos), de los que estos últimos se llevarían la peor parte de la represión que vino más tarde.
El horror cotidiano
En las prisiones se numeraba y fotografiaba a las víctimas del Partido Comunista antes de su ejecución. Si el torso estaba desnudo, el papel con el número se sujetaba con un imperdible a la piel.
La "Kampuchea democrática" dejó en sus supervivientes una pérdida completa de valores; la supervivencia exigía la adaptación a las nuevas reglas del juego, de las cuales la primera era el desprecio a la vida humana. "Perderte no es una pérdida. Conservarte no es de ninguna utilidad", según rezaban los manuales del Angkar.
Pol Pot anunciaba un futuro radiante en sus discursos. Prometía pasar de la tonelada de arroz por hectárea y año a tres en breve sucesión. El arroz se convirtió en el monocultivo. Los mandos obligaban a trabajar sin descanso a los esclavos a su mando, para mejorar su reputación entre sus superiores. En algunos extremos se llegaba a jornadas de 18 horas, en la que los hombres más robustos eran los que padecían mayores exigencias y, en consecuencia, morían antes.
No obstante, la planificación central y el desprecio por la técnica (sustituida por la educación política) destruyeron la hasta entonces siempre próspera cosecha arrocera camboyana. Para finales del 76 se calculaba que la superficie cultivada era la mitad que antes del 75. El hambre era inevitable y, con él, la deshumanización y el sometimiento al Angkar. Aunque quizá menos extendido que en la China del "Gran Salto Adelante", el canibalismo se convierte en costumbre.
La familia era considerada una forma de resistencia natural al poder absoluto del Partido, que debía llevar al individuo a una dependencia total del Estado. Por tanto, las familias eran separadas y la autoridad paterna castigada: la educación era responsabilidad exclusiva del Angkar. Los sentimientos humanos eran despreciados y considerados un pecado de individualismo. Al intentar ayudar a una vecina, Pin Yatay se ganó esta reprimenda: "No es su deber ayudarla, al contrario, esto demuestra que todavía tiene usted piedad y sentimientos de amistad. Hay que renunciar a esos sentimientos y extirpar de su mente las inclinaciones individualistas."
Los esclavos pertenecen al sistema, no a sí mismos. Su vida es totalmente regulada. Había de evitar cualquier fallo, incluso involuntario, un resbalón, la rotura de un vaso, no podían ser un error sino una traición contrarrevolucionaria que conducía a un castigo seguro. A veces, la muerte. O la flagelación, que en los más débiles era equivalente. Los niños espiaban a los mayores en busca de culpabilidades reales o inventadas. Pero no había muertos, esa palabra era tabú, ahora tan sólo existían cuerpos que desaparecen.
"Basta un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros construimos", se rezaba en las reuniones de los jemeres rojos. El destino de los demás era evidente. La muerte cotidiana era lo frecuente; curiosamente los casos considerados graves eran los que iban a prisión, donde se obligaba con tortura a la delación y, finalmente, se ejecutaba a los presos. Un detenido por el crimen de hablar inglés cuenta como fue encadenado con unos grilletes que cortaban la piel y torturado durante meses. El desmayo era su único alivio. Todas las noches los guardias se llevaban a varios prisioneros a los que nunca volvían a ver. Él pudo sobrevivir gracias a las fábulas de Esopo y cuentos jemeres tradicionales que contaba a los adolescentes y niños que eran sus guardianes.
Los niños no se libraban de la crueldad del sistema carcelario. Muchos eran encarcelados por robar comida. Los guardianes los golpeaban y daban patadas hasta que morían. Los convertían en juguetes vivos, colgándolos de los pies, luego trataban de acertarles con sus patadas mientras se balanceaban. En una marisma cercana a la prisión, los hundían y, cuando empezaban las convulsiones, dejaban que apareciera su cabeza para sumergirlos de nuevo.
En los campos, lo que atemorizaba era la imprevisibilidad y el misterio que rodeaban las innumerables desapariciones. Los asesinatos se llevaban a cabo con discreción. Era frecuente el uso de los cadáveres como abono. No obstante, la brutalidad reaparecía en el momento de la ejecución: para ahorrar balas sólo un 29% eran disparados. El 53% moría con el cráneo aplastado, el 6% ahorcado, el 5% apaleado.
Camboya, hoy
Pol Pot al frente de una columna de seguidores, en 1979, poco antes de ser derrocado.  Algunos autores niegan la inclusión del exterminio por razones políticas dentro del ámbito del genocidio. No hacen más que seguir las órdenes de la extinta URSS, el único país que, por razones evidentes, se opuso a incluir a éstos dentro de la definición de genocidio de la ONU.
La educación política recibida del Partido Comunista de Kampuchea persiste aún en Camboya. Los valores humanos han sido sustituidos por un cinismo y egoísmo que comprometen cualquier tipo de desarrollo. Aún persisten jemeres rojos parapetados tras campos de minas, lo que ha convertido a este país en el que posee mayor número de mutilados, sobre todo en adolescentes y niños.
En Camboya tuvo lugar el experimento de ingeniería social más atrevido y radical de todos los tiempos. Fue el comunismo llevado a su consecuencia lógica, a su mayor extremo. El dinero desapareció y la colectivización integral se llevó a cabo en sólo dos meses. El gobierno del Angkar duró tres años y ocho meses y sembró de cadáveres el país: alrededor de dos millones de muertos para una población total de ocho millones.

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