domingo, 27 de septiembre de 2009

Arthur Koestler

Arthur Koestler
Por Federico de Cárdenas

La vida de Koestler (1905-1983) nutre su obra. Nacido en Hungría de padres judíos, vive muy joven la revolución de Bela Kuhn y tras el fracaso de la comuna huye a Viena, donde sigue estudios universitarios que deja para viajar a Palestina, donde descubre que no está hecho para el kibutz. Retorna a Europa, se inscribe en el PC alemán y trabaja entre París y Berlín como corresponsal.
En 1937 renuncia al PC a causa de los procesos de Moscú y viaja a España a cubrir la guerra civil del lado republicano. Capturado por los franquistas, es condenado a muerte, pero canjeado a último minuto. De retorno a Francia, los nazis lo internan en un campo de concentración, del cual escapa y logra llegar a Londres, donde se establece.
Koestler inicia entonces una carrera literaria en lengua inglesa que abarca novelas, ensayos y memorias. Los gladiadores (la rebelión de Espartaco) y, sobre todo, El cero y el infinito, fascinante denuncia del estalinismo a través de una ficción sobre la vieja guardia bolchevique, condenada a autoinculparse de traición, tienen repercusión mundial y lo hacen polemizar con Sartre y la izquierda.
Koestler escribe su autobiografía antes de cumplir 50 años (Euforia y utopía; La flecha en el azul; La escritura invisible) y luego se concentra en su obra de ensayista (La huella del dinosaurio; Los sonámbulos) no exenta de aspectos polémicos. Cubierto de honores, en sus últimos años es ganado por doctrinas ocultistas. Enfermo de parkinson y leucemia, se suicida con su esposa, quien decide no sobrevivirlo. Su obra, que se reedita hoy en España, hace de él uno de los grandes testigos del siglo XX.



Perros y cabrones


Por Rocío Silva Santisteban

La coprolalia y la política peruana se seducen permanentemente. Como sostiene Marco Sifuentes en su blog, en algunos casos, los periodistas y la opinión pública hacen una tormenta, con rayos y truenos; en otros casos, ni se dan por enterados, o les parece una gracia criolla de un ex ministro con alma de gringo. Sin embargo, y a propósito del término soltado por Humala, valdría preguntarse ¿qué implica ser un cabrón en la política peruana?

Un cabrón es alguien “molesto” o el que aguanta los agravios. El término ya se encuentra en el primer diccionario de la academia de 1721, y se refiere al macho de la cabra, pero aquel que ya está viejo y tiene una gran cornamenta, así como al que tolera y exhorta la infidelidad de la esposa. En la edición 23 del diccionario hay varias acepciones, pero en ninguna de ellas se refiere a “cobarde” (la alusión que hace Humala en el Cusco). Cabrón, como dicen los españoles, en buena cuenta, es el perverso que actúa mal, el desgraciado que no ahorra en traiciones ni cuchilladas, alguien que va de “machito” por la vida, o en el caso de ser una “cabrona”, es alguien que se ha comportado de manera infame. Cabrón se refiere a ser una verdadera mala persona.

No creo que en ese sentido haya sido planteada la palabreja en el fragor del discurso electorero. Pero por cierto en la política peruana tampoco nos encontramos exentos de cabrones y cabronas que no solo faltan al honor o a la solidaridad, sino que, además, son perversos y suelen tratar de imponer sus maneras de entender el mundo más allá de toda tolerancia y actuando incluso con agresividad y dolo. En realidad se trata de una metáfora animal para simplemente denominar a un miserable.

En ese sentido, remarcando la miserabilidad de sus acciones, quienes matan a un par de animales indefensos para dejar constancia de que son “tan malos” que pueden incluso atentar contra la vida de su dueño, podrían calificarse como cabrones. Una amenaza escenificada de esta manera es una acción indigna cometida contra otro. Un acto infame realizado por personas envilecidas y degradadas que, en el fondo, son increíblemente cobardes. Matar a dos perros para amenazar al dueño es un acto retorcido.
Precisamente eso ha sucedido con el ex presidente de la CVR y ex rector de la PUCP Salomón Lerner: el 5 de setiembre asesinaron a sus dos perros en su propia casa y por más que los llevó rápidamente al veterinario, este no pudo salvarlos. ¿Qué insania puede cometer este tipo de “advertencia”? Una que nos está envolviendo, que nos persuade de que tengamos miedo, de la misma manera como lo pretendieron aquellos que colgaron perros muertos en los postes de luz durante los años 80. Pero esos pobres y desdichados perros colgados para metaforizar la muerte de Den Xiao Ping no tenían dueño: estos sí, y esa persona, que se ha jugado por una nación diferente, ha sido directamente amenazada. ¿Por qué y por quiénes? Por aquellos que precisamente no soportan sus propias verdades: esos intolerantes a cualquier otra manera de entender el mundo.

Como bien dice Javier Torres, “¿a quién le puede pedir protección y seguridad un defensor de los derechos humanos?, ¿a la policía en este contexto de tensiones sociales?, ¿a las empresas privadas de seguridad que son manejadas por ex miembros del servicio de inteligencia o por los marinos? Hay razones de peso para que Salomón Lerner esté bastante preocupado”. Creo que hay razones de peso para creer que la vida de Salomón Lerner está en juego y seríamos todos demasiado cobardes si nos quedamos callados.

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