El dictador de Corea del Norte, Kim Jong-il, ha fallecido, según informó hoy la televisión estatal del país comunista, KCTV. Kim murió el pasado sábado 17 a las 8.30 hora local a causa de «fatiga física», posiblemente infarto, durante un viaje en tren, según un despacho de la cadena norcoreana recogido por la agencia surcoreana Yonhap. Kim Jong-il, de 69 años, había sufrido una apoplejía en agosto de 2008 y desde entonces había numerosos rumores sobre su estado de salud.
Cruel dictador que jugó a la guerra nuclear mientras su pueblo se moría de hambre o caricatura asiática de Elvis con zapatos de plataforma y pelo peinado con tupé en alto para disimular sus 1,57 de estatura. Si no hubiera sido real, el caudillo de Corea del Norte, Kim Jong-il,
podría haberse interpretado a sí mismocomo el villano que amenazaba al planeta con sus bombas atómicasbajo su esperpéntico aspecto de científico loco, sempiternas gafas de sol y cazadoras marrones incluidas. Líder de un
pequeño y paupérrimo país comunista que, cada dos por tres, ponía en jaque al Imperio mundial y a sus aliados capitalistas en la región con sus pruebas nucleares y sus lanzamientos de misiles. Pero más valía tomarse en serio a Kim Jong-il, que ya se convirtió en el dictador atómico más peligroso e imprevisible de la Historia.
Bautizado por la propaganda oficial como el «Querido Líder» del país más hermético del mundo, Kim Jong-il era un misterioso personaje del que no se sabía exactamente cuándo y dónde nació y, ni siquiera, si en realidad estaba vivo o muerto. Por muerto lo dieron algunos expertos, como el investigador japonés Toshimitsu Shigemura, quien sostenía que Kim Jong-il falleció hacía varios años y había sido suplantado por un doble para que el Ejército siguiera manteniendo el control en Corea del Norte con sus más de un millón de soldados.
Culto a la personalidad
A través de sus omnipresentes retratos, el culto a su personalidad y a su padre, nombrado «Presidente Eterno» tras su muerte, mantenía unido a este país donde sus 23 millones de habitantes viven como en la URSS de Stalin o la China de Mao. Como en ambos regímenes, aquí la disidencia también se paga, en el mejor de los casos, con una buena temporada en prisión o en un campo de reeducación mediante el trabajo. En el peor, con la muerte en una ejecución sumaria.
Ante tal perspectiva y un lavado de cerebro que comienza en la guardería, no era de extrañar que, como pudo comprobar este corresponsal en una visita a Pyongyang, los norcoreanos se desgañitaran y lloraran de emoción cuando veían al «Querido Líder» presidir un desfile militar en alguna de sus contadas apariciones públicas.
Desde la infancia, los norcoreanos aprenden que, tras el augurio mágico de un doble arco iris,Kim Jong-il vino al mundo el 16 de febrero de 1942 en una cabaña del idílico monte sagrado Paektu. Sin embargo, los archivos rusos certifican su nacimiento un año antes en la aldea siberiana de Vyatskoye, en la Unión Soviética, porque su padre estaba allí exiliado durante la ocupación japonesa de su país.
Mientras la propaganda del régimen había erigido una fábula de ensueño en torno a «Uri Janggumin» («Nuestro General») o «Uri Suryongnim» («Nuestro Líder») -dos palabras con las que empiezan casi todas las conversaciones norcoreanas- en Occidente se ha fomentado una auténtica leyenda negra en torno a Kim Jong-il.
Además de mantener a su población con cartillas de racionamiento para financiar la costosa política «songun» de primacía militar, al sátrapa norcoreano se le acusaba de un sinfín de atrocidades. La más temprana: haber provocado en 1948, con sólo cinco años, que su hermano se ahogara en la piscina de la mansión ocupada por su familia cuando su padre, Kim Il-sung, regresó del exilio y fundó la República Democrática Popular de Corea tras la derrota de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial.
A la sombra de su progenitor, que se volvió a casar tras la muerte de su esposa y tuvo otro hijo,Pyong-il, Kim Jong-il medró en el Partido de los Trabajadores. De director de Propaganda y Agitación a ministro de Cultura, fue acumulando puestos e imponiendo una ideología ultracomunista hasta que tomó el poder a la muerte de su padre, en 1994.
Atentados terroristas
Designado sucesor por el propio Kim Il-sung, el «Querido Líder» cimentó mientras tanto su revolucionaria figura política planeando grandes atentados terroristas, como el que en 1983 costó la vida en Rangún (Birmania) a 13 diplomáticos y cuatro ministros surcoreanos o la bomba que explotó en 1987 en otro avión de ese país con 115 pasajeros a bordo. Además, ordenó el secuestro de ciudadanos japoneses para que enseñaran su idioma a los espías norcoreanos y hasta raptó en 1978 a un director surcoreano, Shing Sang-ok, y su esposa, la famosa actriz Choi Un-hee, para que rodaran películas para el régimen.
Y es que Kim Jong-il era un cinéfilo voraz que coleccionaba más de 20.000 títulos en su videoteca, donde, según las malas lenguas que lo ridiculizan, tenían un lugar destacado las sagas del agente James Bond 007 y de Viernes 13. A tenor de la propaganda, era un hombre sensible cultivado en el arte que visitaba con frecuencia el Instituto de Cine, supervisaba todos los rodajes, había escrito musicales y guiones y dictado 590 directrices sobre el séptimo arte.
De cualquier tema que se hablara, ya fuera ingeniería de puentes o cultivos agrícolas, Kim Jong-il tuvo siempre la última y más sabia palabra, que para eso se había leído, dicen, y recordaba al dedillo, los 18.000 libros de filosofía y política que, con una extensión mínima de 150 páginas, el régimen atribuye a su padre. Incluso la anterior secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, se quedó impresionada con sus conocimientos, su vasta cultura y su conversación durante su visita a Pyongyang en el año 2000, en la que le regaló un balón de su admirada NBA firmado por Michael Jordan.
Propaganda y censura
Aunque internet está limitado en Corea del Norte, un país que permanece totalmente cerrado al exterior, el «Querido Líder» se ufanaba de moverse como pez en el agua por el ciberespacio. Más o menos como en cualquier otro campo, ya que era difícil que algo se le escapara a este «Gran Hermano», encarnación del régimen totalitario describiera Orwell en su novela «1984».
Consumado jugador de golf, Kim Jong-il era capaz de meter varias bolas directamente en el hoyo con su «drive».
Excéntrico «bon vivant», se desplazaba siempre en un lujoso tren blindado porque tenía miedo a volar. Con un exquisito paladar que sabía degustar el mejor coñac francés, utilizaba palillos de plata para comer la langosta más exquisita y el «sushi» más fresco, como observó el diplomático ruso Konstantin Pulikovsky cuando viajó con él en tren desde Pyongyang hasta Moscú. Según relata en su libro «Orient Express», en el convoy también les acompañaban bellas «maquinistas», lo que concuerda con su reputación de mujeriego. Casado en una ocasión, Kim ha tenido tres compañeras sentimentales, la última de las cuales es su secretaria personal.
«Sé que soy muy criticado pero, como todo el mundo habla de mí, eso significa que lo estoy haciendo bien», le confió a Pulikovsky durante el trayecto el «Querido Líder», sin duda el dictador más atómico del planeta.