sábado, 10 de abril de 2010

Rusia y Polonia homenajean juntos a víctimas de la masacre de Katyn En un gesto histórico, se conmemoró la matanza de Stalin a miles de oficiales polacos.



En un gesto histórico, se conmemoró la matanza de Stalin a miles de oficiales polacos. Vladimir Putin denunció los crímenes estalinistas, pero negó la responsabilidad rusa.
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Foto: EFE

En un gesto histórico sin precedentes, esperado durante décadas por Varsovia, los primeros ministros de Rusia, Vladimir Putin, y Polonia, Donald Tusk, conmemoraron juntos en Katyn la masacre de miles de oficiales polacos por orden de Josef Stalin, hace 70 años.

El primer ministro ruso, Vladímir Putin, denunció las represiones estalinistas, pero negó la responsabilidad del pueblo ruso en los crímenes cometidos por la Unión Soviética, como la matanza de miles de oficiales polacos en Katyn.

"Durante décadas se intentó mancillar con cínicas mentiras la verdad sobre la matanza de Katyn", aseguró Putin durante una ceremonia en memoria de las víctimas de las represiones políticas soviéticas de los años 30 del siglo XX.

Pero, añadió, "sería igualmente falso echar la culpa de esto al pueblo ruso. Creo que todos, tanto en Rusia como en Polonia, comprenden esto", según las agencias rusas.

Putin, que fue miembro de los servicios secretos soviéticos (KGB), a los que se acusa de cometer muchos de esos crímenes, hizo estas afirmaciones durante un acto oficial en un bosque cercano a la localidad rusa de Katyn al que fue invitado el primer ministro polaco, Donald Tusk.

"Estos crímenes no tienen ninguna justificación. En nuestro país ya se ha dado una clara valoración política, jurídica y moral a las maldades cometidas por el régimen totalitario. Y esta valoración no admite ninguna revisión", dijo.

El primer ministro ruso subrayó que "las represiones aplastaron personas sin tener en cuenta su nacionalidad, convicciones o creencias" y que "la lógica era una sola: sembrar miedo".

-EFE-

Presidente polaco Kaczynski iba a Katyn (lugar de la masacre de polacos ordenada por Stalin en 1940)



Moscú.- Expertos en temas rusos aseguran que la masacre de Katyn es el problema más doloroso heredado por Rusia de la extinta Unión Soviética.

Después de que la Alemania nazi y la URSS firmaran en 1939 el pacto Mólotov-Ribbentrop, que dejó las manos libres a Adolf Hitler para atacar Polonia e iniciar la Segunda Guerra Mundial, el Ejército Rojo irrumpió en las regiones orientales polacas, indicó Efe

Los militares rusos trasladaron a unos 22.000 oficiales y civiles polacos a los campos de concentración de Kozielsk, Starobielsk y Ostashkov, conocidos genéricamente como Katyn, cerca de la ciudad rusa de Smolensk, donde fueron ejecutados de un tiro en la nuca.

Según estableció en la década pasada una investigación de la Fiscalía Militar rusa, en total el NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos) ejecutó a 21.857 prisioneros de guerra polacos y deportó a las estepas de Kazajistán a sus familiares.

Las ejecuciones fueron aprobadas por una decisión del Politburó del Partido Comunista ratificada de su puño y letra por el dictador soviético, Iosif Stalin, y por otros dirigentes bolcheviques.

La matanza de Katyn fue negada durante medio siglo por la URSS, que acusó de ella a las tropas nazis, que en su avance hacia el este descubrieron en 1943 las fosas comunes con los restos de los militares polacos asesinados.

Solo en 1989 el último dirigente soviético, Mijaíl Gorbachov, reconoció la responsabilidad de la URSS por aquella matanza y en 1992 el primer presidente ruso, Borís Yeltsin, entregó al entonces jefe de Estado polaco, Lech Walesa, documentos que probaban la matanza de los 22.000 militares y civiles polacos.

No obstante, en los últimos años la Justicia rusa ha rechazado una y otra vez las demandas y recursos presentados por las familias de los oficiales polacos ejecutados, que buscan su rehabilitación.

En 2004 la Fiscalía Militar rusa se escudó en la muerte de los líderes soviéticos acusados de la matanza para dar carpetazo al caso y entregó a Polonia solo 67 de los 183 tomos de la investigación, con el argumento de que el resto contenían "secretos de Estado".

Al año siguiente, la Fiscalía Militar negó que la matanza de Katyn fuera un acto de "genocidio del pueblo polaco" como sostiene el Instituto de Memoria Nacional de Polonia.

Los primeros ministros de Rusia, Vladimir Putin, y de Polonia, Donald Tusk, resaltaron la importancia de resolver los problemas de interpretación de la historia común durante la visita del primero a Polonia en septiembre de 2009.

No obstante, pocas semanas después el Parlamento polaco condenó la invasión soviética de Polonia en septiembre de 1939 y definió la matanza de Katyn como un "crimen de guerra" con "elementos de genocidio".

El tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo se dirigió en octubre de 2008 a las autoridades judiciales rusas para pedirles que atendieran las demandas de dos ciudadanos polacos por el asesinato de sus familiares en Katyn.

Medios polacos han expresado la esperanza de que Tusk reitere a Putin la necesidad de que Rusia desclasifique y entregue a Varsovia el resto de los materiales del caso, algo que el Ejecutivo ruso ha descartado tajantemente.

"Todo lo que podíamos, ya lo hemos desclasificado... No creo que podamos hallar un compromiso en este asunto", sentenció antes de la visita de Putin a Polonia el jefe adjunto de la administración del Ejecutivo ruso, Yuri Ushakov.

Fuente:  http://www.eluniversal.com/2010/04/11/int_esp_la-masacre-de-katyn_11A3724531.shtml

La masacre de Katyn fue permitida por Stalin




La masacre de Katyń, también conocida como la masacre del bosque de Katyn (del polaco zbrodnia katyńska, literalmente 'crimen de Katyń') , fue la ejecución en masa de ciudadanos polacos (muchos de ellos oficiales del ejército, hechos prisioneros de guerra) por la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. En el curso de la masacre, aproximadamente de 15.000 a 22.000 polacos fueron ejecutados en tres lugares de ejecución masiva durante la primavera de 1940.

Las personas de Kozielsk fueron asesinadas en el lugar habitual de ejecuciones en masa de Smolensko, llamado el bosque de Katyn. Las de Starobielsk fueron asesinadas dentro de la prisión del NKVD de Járkov y los cuerpos fueron enterrados cerca de Pyatikhatki; y los oficiales de policía de Ostashkov fueron asesinados en la prisión del NKVD de Kalinin (Tver) y enterrados en Miednoje.

Durante la vista de Dimitrii S. Tokarev, anterior jefe de la Junta del Distrito del NKVD en Kalinin, se ofreció información detallada acerca de las ejecuciones en la prisión del NKVD de Kalinin.

De acuerdo con Tokarev, los fusilamientos empezaban por la tarde y terminaban al amanecer. El primer transporte, el 4 de abril de 1940, trajo 390 personas, y los verdugos se encontraron con un trabajo duro por tener que matar a tantas personas en una sola noche. Los siguientes transportes no llevaron más de 250 personas. Las ejecuciones fueron realizadas con pistolas tipo Walther de fabricación alemana y suministradas por Moscú.

Las ejecuciones fueron metódicas. Después de revisar la información personal del condenado, éste era esposado y llevado a una celda aislada. Los sonidos de las ejecuciones eran enmascarados con máquinas ruidosas (tal vez ventiladores) durante la noche. Tras ser metido en la celda, la víctima era inmediatamente disparada en la nuca. Su cuerpo era sacado por la puerta de enfrente y depositado en uno de los cinco o seis vagones que esperaban, de donde era cogido el siguiente condenado. El procedimiento se desarrollaba cada noche, excepto en la fiesta del 1 de mayo.

Cerca de Smolensk, los polacos, con sus manos atadas a la espalda, eran conducidos a las fosas y disparados en la nuca.
FUENTE: http://requiescantin.blogspot.com/2008/06/la-masacre-de-katyn.html

Ver mas (fotos, documentos  históricos  probatorios, etc) sobre la masacre de Katyn en : 

1)  http://www.callejondelpau.es/HISTORIA/II%20GUERRA%20MUNDIAL/Atrocidades/Masacre%20de%20Katyn.pdf 

2)  http://www.katyncrime.pl/Version,española,279.html 

Los GULAG, las VICTIMAS del COMUNISMO SOVIETICO y la BUENA CONCIENCIA de OCCIDENTE

EL COMUNISMO pertenece a la herencia común europea mucho más que el nazismo, por lo que debemos recordar a sus millones de víctimas. Anne Applebaum da una cifra conservadora de 2.750.000 personas asesinadas en los gulag.. Este artículo muestra el distinto talante con que abordamos tragedias equivalentes a la del holocausto judío sin mala conciencia. Empezando por los intelectuales, divididos entre el cruel cinismo de Brecht ante las víctimas estalinianas (“cuántos más inocentes son, más merecen morir”) y la ceguera voluntaria de Sartre, cuya reputación por cierto sobrevive a su dogmatismo político. Sin que pueda decirse algo similar de Heidegger, estigmatizado por su apoyo al nazismo.



HISTORIA DE LOS CAMPOS DE CONCENTRACIÓN SOVIÉTICOS

Por Rafael NUÑEZ FLORENCIO

Cuenta la periodista Anne Applebaum, la autora de Historia de los campos de concentración soviéticos, que en el turístico puente de Carlos, en Praga, decenas de visitantes occidentales compran con naturalidad recuerdos de la antigua URSS y, luego, los mismos que rechazarían con repugnancia una esvástica, se prenden risueños insignias con la hoz y el martillo. La lección, dice, es elocuente. Mientras el símbolo de un asesinato masivo nos horroriza, el símbolo de otro asesinato masivo nos hace sonreír.

La anécdota es significativa por dos razones: primero, porque según confiesa Applebaum, le llevó a tomar conciencia brutal del problema al que estas páginas están dedicadas: el desconocimiento y la indiferencia del Occidente democrático ante uno de los fenómenos más estremecedores del siglo XX (y no porque éste anduviera sobrado de ellos, sino por su extensión en el tiempo y su impacto en millones de personas). Y segundo, porque muestra el distinto talante con que abordamos tragedias equivalentes sin mala conciencia. Empezando por los intelectuales, divididos entre el cruel cinismo de Brecht ante las víctimas estalinianas (“cuántos más inocentes son, más merecen morir”) y la ceguera voluntaria de Sartre, cuya reputación por cierto sobrevive a su dogmatismo político. Sin que pueda decirse algo similar de Heidegger, estigmatizado por su apoyo al nazismo.

En la recepción de las corrientes totalitarias del pasado siglo se opera una diferencia esencial en nuestro sustrato cultural: la Alemania nazi y lo impregnado por ella es el mal absoluto, mientras que la URSS se pervirtió o, como máximo, estaba equivocada. El racismo ario resulta impresentable, pero los ideales soviéticos no estaban tan lejanos teóricamente de lo que propugnaban amplios sectores de izquierda: criticar su desviación era hacerle el juego al enemigo. La caza del judío es moralmente repugnante, pero la persecución del “enemigo del socialismo” debe entenderse en su contexto. Si Hitler y el fascismo eran la reacción, Stalin y los suyos, aunque tortuosos, representaban para muchos bienpensantes el futuro de la humanidad. ¡Si hasta Roosevelt y Churchill fueron sus aliados primero, y sus cómplices vergonzantes tras la guerra, cuando contribuyeron a aumentar el número de víctimas repatriando forzosamente a miles de soviéticos!

Por todo ello, el Holocausto nos sigue conmoviendo, se editan testimonios de sobrevivientes, es objeto de debate y materia para la ficción literaria, hay fotos de los prisioneros, se hacen películas. Para los campos soviéticos, salvo escasas excepciones (el caso Solzhenitsin), apenas han existido cámaras, recreación, examen o simple curiosidad, ni siquiera –hasta hace poco– fuentes fiables más allá de la propaganda y el rumor. Sólo desde Gorbachov se han desempolvado legajos, informes, memorias y estadísticas. Porque, pese al secretismo de la maquinaria estatal soviética, los archivos están llenos de documentos relativos a la represión, debido a que Moscú quería disponer de información precisa sobre cada rincón del inmenso territorio que controlaba. La meticulosidad del burocratizado sistema soviético se vuelve así contra sus artífices y proporciona un filón inagotable a los historiadores.

Applebaum ha hecho un excelente uso del material que ahora está a disposición de los investigadores, en especial las memorias de los supervivientes, que proporcionan el tono cálido, próximo y humano a este libro demoledor (merecido premio Pulitzer 2004). Estamos, en efecto, ante una historia del Gulag, el conjunto de campos de trabajo (476 por lo menos) que puso en marcha la revolución soviética, desde sus inicios hasta casi su desmoronamiento porque, como advierte la autora, en contra de la opinión común en Occidente, los campos no desaparecieron a la muerte de Stalin, sino que se transformaron. Es innegable sin embargo que el Gulag está anudado al estalinismo, no porque fuera el georgiano su inventor –que en eso más responsabilidad tuvo Lenin–, sino porque bajo su mandato este método de control y castigo adquirió toda su importancia en el ya asfixiante y opresivo sistema soviético.

El empleo de esos conceptos remite a lo que muchos consideran cuestión básica: el sufrimiento y coste en vidas humanas de ese atroz experimento. En su período álgido, entre 1929 y 1953, unas 18 millones de personas padecieron en mayor o menor grado esa condena. Pero igual que pasa con el término “condena”, que puede evocar una administración independiente de justicia (inconcebible como es obvio en el contexto de la URSS), las cifras son equívocas y sobre todo no dan la dimensión exacta del asunto, porque había otras categorías significativas de trabajadores forzados. Las estimaciones más realistas elevan pues el número de personas afectadas a cerca de 29 millones. Tomando este número como referencia, ¿cuántas de ellas murieron? La autora da una cifra con todas las reservas del mundo: 2.750.000. Pero ello no pasa de ser una borrosa aproximación, por múltiples razones, entre ellas el sistemático falseamiento de la realidad por las autoridades, desde el tosco guardián de campo al eficiente burócrata del Kremlin.

Y por otros motivos contundentes: cuando la seguridad del Estado quería deshacerse físicamente de elementos peligrosos o indeseables, organizaba ejecuciones masivas en los bosques, como la masacre de Katín (20.000 oficiales polacos asesinados en abril de 1940 y enterrados en fosas comunes en secreto). Se estima en más de 786.000 los ejecutados de esa forma entre 1934 y 1953. Las cifras, como puede apreciarse, marean y al final terminan desorientando. Pero además el Estado soviético nunca pretendió que el Gulag fuera un ámbito de exterminio, sino de trabajos forzados, hasta el punto de que el rendimiento económico se convirtió en la principal razón de ser de este sistema punitivo. Si la gente moría a miles no era por deliberada crueldad (aunque tampoco falten múltiples ejemplos de ella), sino por ineficiencia y extrema penuria. Por ello se ha dicho con sorna que el Gulag constituía en varios sentidos la quintaesencia del gobierno soviético.

Applebaum consigue aunar las virtudes que se atribuyen con justicia a la bibliografía anglosajona (claridad, orden, eficacia, rigor) con el hábil sorteo de sus principales inconvenientes, en especial esa tendencia a la acumulación masiva de referencias que termina abrumando y aburriendo al lector. En un asunto propicio a este lastre, hallamos por el contrario una prosa fluida y amena, atenta por igual al detalle íntimo y los grandes acontecimientos, capaz de conjugar el dato preciso con la interpretación general. Esta obra esclarecedora y apasionante, servida en una traducción correcta en líneas generales, conduce inexorablemente a una turbadora meditación sobre el ser humano, cuya esencia (como decía Dostoievski) parece consistir en la capacidad para adaptarse a todo. Y no nos hagamos ilusiones, pues vano es creer, como reza el tópico, que gracias a libros como éste no se repetirán historias como las que contiene. Este libro ha sido escrito, nos dice la autora al final, porque casi con seguridad todo ello ocurrirá otra vez.


Anne Applebaum es columnista y miembro del comité editorial del Washington Post. Su libro, Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos, premio Pulitzer, se publicó en la primavera de 2003, y obtuvo un rápido reconocimiento gracias al uso abundante que hace en el libro de fuentes y archivos rusos que han sido puestos a disposición de los estudiosos sólo en los últimos años.

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