Por Rocío Silva Santisteban
¿Por qué dos chicos que se besan en la Plaza de Armas, sí, “provocadoramente” en las escaleras de la catedral, producen una especie de prurito en el alma heterosexual de un policía, una picazón existencial que le irrita en lo más profundo de su sexualidad?, ¿y por qué, no conformes con zarandearlos, separarlos, golpearlos con el escudo de plástico, cuando se van corriendo para refugiarse en un café, los persiguen y los acorralan dentro de una ¡¡galería de arte!!? Los mismos policías, ante el beso de dos chicas lesbianas, apabullados por tanto afecto inenarrable, hacen lo mismo, pero con un agravante: les tocan el sexo y los senos. Tocamientos indebidos. “A un maricón lo golpeas para que se haga hombrecito; a una marimacha te la agarras para que sepa lo que es bueno”. Esa mentalidad, señor ministro del Interior, nos debería dar vergüenza e indignación, porque no es otra cosa que la discriminación sexual en su estado prístino.
¿Por qué surge este asco al maricón? Sencillamente porque representa eso que no deben permitirse los machos: la penetración. Según los mandatos del machismo, el afeminado, el hombre que es amujerado o penetrado, es aquel que no puede construir su masculinidad y que permanece como el chivo expiatorio de la masculinidad de todo el conjunto. ¿Y por qué la irritación ante la lesbiana pública (en privado son los machos más machos quienes se excitan con pornos de sexo entre mujeres)? Porque representa aquella mujer que no se deja penetrar y que goza del sexo con otra mujer no para deleite del varón-voyeur, sino por su propio deleite.
Lo “marica” es aquello que se excluye de arranque en la actuación de la masculinidad con el objetivo de organizar sus límites: lo que está afuera, lo que definitivamente no debe ejercerse, ni hacerse ni permitirse, pero sí saberse, porque es preciso marcar con una tiza roja los límites de lo abyecto. Para que un “hombre sea hombre” en un mundo machista lo que debe de primar es la constitución de una esencial masculinidad que pasa por ser el penetrador, no el penetrado; por ser el castigador, no el castigado; por ser el activo, no el pasivo. Por lo mismo, para que una “mujer sea tal cual” debe ser la pasiva, la dominada, la abnegada, la que no goza de su propia sexualidad, la madre siempre virgen. Todo lo contrario es, por lo mismo, lo “provocador”: aquello que irrita por diferente, porque se expone, porque ataca el núcleo duro de lo “normalizado”.
Por perseguir el pánico a la provocación, los ministros, los policías, los bienpensantes, no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana. El asco al maricón es la teoría; el asesinato a mansalva, una de sus prácticas. El asco a la lesbiana es la teoría; la violencia sexual, su práctica más siniestra. Por lo tanto, señor ministro del Interior, ¿quiénes son los perversos?
*Aclaración: cuando me refiero al “maricón” en este artículo, no estoy haciendo mías las palabras del monseñor Bambarén para calificar a los homosexuales, sino que estoy hablando de un estereotipo clásico de una sociedad machista como la peruana: el maricón es el homosexual percibido como abyecto.
¿Por qué dos chicos que se besan en la Plaza de Armas, sí, “provocadoramente” en las escaleras de la catedral, producen una especie de prurito en el alma heterosexual de un policía, una picazón existencial que le irrita en lo más profundo de su sexualidad?, ¿y por qué, no conformes con zarandearlos, separarlos, golpearlos con el escudo de plástico, cuando se van corriendo para refugiarse en un café, los persiguen y los acorralan dentro de una ¡¡galería de arte!!? Los mismos policías, ante el beso de dos chicas lesbianas, apabullados por tanto afecto inenarrable, hacen lo mismo, pero con un agravante: les tocan el sexo y los senos. Tocamientos indebidos. “A un maricón lo golpeas para que se haga hombrecito; a una marimacha te la agarras para que sepa lo que es bueno”. Esa mentalidad, señor ministro del Interior, nos debería dar vergüenza e indignación, porque no es otra cosa que la discriminación sexual en su estado prístino.
¿Por qué surge este asco al maricón? Sencillamente porque representa eso que no deben permitirse los machos: la penetración. Según los mandatos del machismo, el afeminado, el hombre que es amujerado o penetrado, es aquel que no puede construir su masculinidad y que permanece como el chivo expiatorio de la masculinidad de todo el conjunto. ¿Y por qué la irritación ante la lesbiana pública (en privado son los machos más machos quienes se excitan con pornos de sexo entre mujeres)? Porque representa aquella mujer que no se deja penetrar y que goza del sexo con otra mujer no para deleite del varón-voyeur, sino por su propio deleite.
Lo “marica” es aquello que se excluye de arranque en la actuación de la masculinidad con el objetivo de organizar sus límites: lo que está afuera, lo que definitivamente no debe ejercerse, ni hacerse ni permitirse, pero sí saberse, porque es preciso marcar con una tiza roja los límites de lo abyecto. Para que un “hombre sea hombre” en un mundo machista lo que debe de primar es la constitución de una esencial masculinidad que pasa por ser el penetrador, no el penetrado; por ser el castigador, no el castigado; por ser el activo, no el pasivo. Por lo mismo, para que una “mujer sea tal cual” debe ser la pasiva, la dominada, la abnegada, la que no goza de su propia sexualidad, la madre siempre virgen. Todo lo contrario es, por lo mismo, lo “provocador”: aquello que irrita por diferente, porque se expone, porque ataca el núcleo duro de lo “normalizado”.
Por perseguir el pánico a la provocación, los ministros, los policías, los bienpensantes, no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana. El asco al maricón es la teoría; el asesinato a mansalva, una de sus prácticas. El asco a la lesbiana es la teoría; la violencia sexual, su práctica más siniestra. Por lo tanto, señor ministro del Interior, ¿quiénes son los perversos?
*Aclaración: cuando me refiero al “maricón” en este artículo, no estoy haciendo mías las palabras del monseñor Bambarén para calificar a los homosexuales, sino que estoy hablando de un estereotipo clásico de una sociedad machista como la peruana: el maricón es el homosexual percibido como abyecto.
¿Por qué surge este asco al maricón? Sencillamente porque representa eso que no deben permitirse los machos: la penetración. Según los mandatos del machismo, el afeminado, el hombre que es amujerado o penetrado, es aquel que no puede construir su masculinidad y que permanece como el chivo expiatorio de la masculinidad de todo el conjunto. ¿Y por qué la irritación ante la lesbiana pública (en privado son los machos más machos quienes se excitan con pornos de sexo entre mujeres)? Porque representa aquella mujer que no se deja penetrar y que goza del sexo con otra mujer no para deleite del varón-voyeur, sino por su propio deleite.
Lo “marica” es aquello que se excluye de arranque en la actuación de la masculinidad con el objetivo de organizar sus límites: lo que está afuera, lo que definitivamente no debe ejercerse, ni hacerse ni permitirse, pero sí saberse, porque es preciso marcar con una tiza roja los límites de lo abyecto. Para que un “hombre sea hombre” en un mundo machista lo que debe de primar es la constitución de una esencial masculinidad que pasa por ser el penetrador, no el penetrado; por ser el castigador, no el castigado; por ser el activo, no el pasivo. Por lo mismo, para que una “mujer sea tal cual” debe ser la pasiva, la dominada, la abnegada, la que no goza de su propia sexualidad, la madre siempre virgen. Todo lo contrario es, por lo mismo, lo “provocador”: aquello que irrita por diferente, porque se expone, porque ataca el núcleo duro de lo “normalizado”.
Por perseguir el pánico a la provocación, los ministros, los policías, los bienpensantes, no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana. El asco al maricón es la teoría; el asesinato a mansalva, una de sus prácticas. El asco a la lesbiana es la teoría; la violencia sexual, su práctica más siniestra. Por lo tanto, señor ministro del Interior, ¿quiénes son los perversos?
*Aclaración: cuando me refiero al “maricón” en este artículo, no estoy haciendo mías las palabras del monseñor Bambarén para calificar a los homosexuales, sino que estoy hablando de un estereotipo clásico de una sociedad machista como la peruana: el maricón es el homosexual percibido como abyecto.