lunes, 21 de febrero de 2011

El asco al maricón*

Por Rocío Silva Santisteban

¿Por qué dos chicos que se besan en la Plaza de Armas, sí, “provocadoramente” en las escaleras de la catedral, producen una especie de prurito en el alma heterosexual de un policía, una picazón existencial que le irrita en lo más profundo de su sexualidad?, ¿y por qué, no conformes con zarandearlos, separarlos, golpearlos con el escudo de plástico, cuando se van corriendo para refugiarse en un café, los persiguen y los acorralan dentro de una ¡¡galería de arte!!? Los mismos policías, ante el beso de dos chicas lesbianas, apabullados por tanto afecto inenarrable, hacen lo mismo, pero con un agravante: les tocan el sexo y los senos. Tocamientos indebidos. “A un maricón lo golpeas para que se haga hombrecito; a una marimacha te la agarras para que sepa lo que es bueno”. Esa mentalidad, señor ministro del Interior, nos debería dar vergüenza e indignación, porque no es otra cosa que la discriminación sexual en su estado prístino. 

¿Por qué surge este asco al maricón? Sencillamente porque representa eso que no deben permitirse los machos: la penetración. Según los mandatos del machismo, el afeminado, el hombre que es amujerado o penetrado, es aquel que no puede construir su masculinidad y que permanece como el chivo expiatorio de la masculinidad de todo el conjunto. ¿Y por qué la irritación ante la lesbiana pública (en privado son los machos más machos quienes se excitan con pornos de sexo entre mujeres)? Porque representa aquella mujer que no se deja penetrar y que goza del sexo con otra mujer no para deleite del varón-voyeur, sino por su propio deleite.  

Lo “marica” es aquello que se excluye de arranque en la actuación de la masculinidad con el objetivo de organizar sus límites: lo que está afuera, lo que definitivamente no debe ejercerse, ni hacerse ni permitirse, pero sí saberse, porque es preciso marcar con una tiza roja los límites de lo abyecto. Para que un “hombre sea hombre” en un mundo machista lo que debe de primar es la constitución de una esencial masculinidad que pasa por ser el penetrador, no el penetrado; por ser el castigador, no el castigado; por ser el activo, no el pasivo. Por lo mismo, para que una “mujer sea tal cual” debe ser la pasiva, la dominada, la abnegada, la que no goza de su propia sexualidad, la madre siempre virgen. Todo lo contrario es, por lo mismo, lo “provocador”: aquello que irrita por diferente, porque se expone, porque ataca el núcleo duro de lo “normalizado”.  

Por perseguir el pánico a la provocación, los ministros, los policías, los bienpensantes, no se dan cuenta de que están echándole gasolina a la perversión. Porque ser perverso no es ser libre en el ejercicio de su sexualidad, sino permitir que el odio se instale en nuestras vidas y que el ejercicio de la violencia sea la forma de limpiarse de un asco incontrolado por temor, en el fondo, a que uno mismo sea maricón/lesbiana. El asco al maricón es la teoría; el asesinato a mansalva, una de sus prácticas. El asco a la lesbiana es la teoría; la violencia sexual, su práctica más siniestra. Por lo tanto, señor ministro del Interior, ¿quiénes son los perversos?

*Aclaración: cuando me refiero al “maricón” en este artículo, no estoy haciendo mías las palabras del monseñor Bambarén para calificar a los homosexuales, sino que estoy hablando de un estereotipo clásico de una sociedad machista como la peruana: el maricón es el homosexual percibido como abyecto.

Plaza de la homofobia: Plaza Mayor de Lima


La agresión de hace una semana contra parejas homosexuales en la Plaza de Armas de Lima nos dice que a pesar de que algunos candidatos plantean la unión civil o el matrimonio entre personas del mismo sexo como parte de una agenda moderna y liberal, en el tema del respeto cotidiano a los derechos de las minorías sexuales, nuestra sociedad todavía está en pañales.

Por Raúl Mendoza

Las imágenes grabadas en video no mienten. En el registro visual se puede ver a parejas de la comunidad LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) reunidos pacíficamente en las escalinatas de la Catedral de Lima. La mayoría abrazados, algunos besándose o conversando en grupos. Nada que pudiera remitir a una protesta, nada escandaloso. Pero de pronto, un grupo de policías rompemanifestaciones avanza amenazante hacia ellos. Después, sin mediar palabra, sin preguntar por algún dirigente, sin intentar una justificación para que se retiren del lugar, arremeten contra las parejas, las empujan; y cuando estas protestan, las golpean. Las imágenes no mienten: lo que demuestran es prejuicio, intolerancia y homofobia policial.

Así empezó la agresión el sábado 12 de febrero en la Plaza de Armas, a las 6 pm. Lo que ocurrió después fue más violento: Alicia Parra fue arrojada contra el pavimento y necesitó 10 puntos de sutura en la cabeza, Luis Silva fue arrastrado por el jirón Santa Rosa mientras le gritaba a la Policía que ser homosexual no era delito. Otros recibieron varazos en la cabeza, les rociaron gas pimienta en el rostro o los sacaron a rastras de los locales comerciales en los que se refugiaron. La justificación oficial fue débil: la Policía actuó así porque en la Plaza de Armas están prohibidas las manifestaciones. 

Para el abogado Ronald Gamarra, ex presidente de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, no se trataba de una movilización o una marcha con acciones que pudieran alterar el orden público, por lo que la disposición que prohíbe manifestaciones en la Plaza de Armas no podía impedir la libre circulación de estas personas. “Establecer zonas rígidas no implica recortar los derechos de un sector de la sociedad. Y en este caso el objetivo de la actividad “Besos contra la homofobia” –que se celebra todos los años en las plazas principales de muchos países del mundo– era expresar emociones y sentimientos, además de reafirmar derechos”. Se trataba de una reunión pacífica y fraterna... hasta que llegó la Policía.

Algunos han buscado justificar la brutal agresión señalando que se trató de un acto de provocación a la Iglesia Católica, dado que se realizó en las escalinatas de la Catedral. La comunidad LGTB ha respondido que a diario se puede ver en esas mismas escalinatas a decenas de parejas heterosexuales y a turistas dándose besos sin pedir permiso a nadie. ¿También se les debería retirar del lugar a palazos? Para Gamarra la actividad era la expresión de un derecho humano. “Los derechos humanos alcanzan a todos, y por cierto a toda la comunidad con orientación sexual diversa. Lo que se vio fue una demostración de sus derechos. El amor no está penalizado y no puede ser objeto de discriminación ni en la plaza ni en otro lugar”, precisa. 

El incidente duró cerca de hora y media. Siete de los agredidos pusieron la denuncia y documentaron el ataque con un examen ante el médico legista. Tras la revisión de las fotografías que muchos tomaron y el acercamiento a los marbetes de los policías, se ha identificado 12 apellidos: Flores, Franco, Huamaní, Huayhua, Iturriaga, Obregón, Pasapera, Roldán, Soto, Thong-Po, Vilca y Zela. Durante la semana, después de que un video con los excesos policiales apareció en televisión y fue colgado en Youtube, la dirección de Inspectoría de la Policía Nacional anunció una investigación. 

Manuel Forno, del Movimiento Homosexual de Lima (MHOL), recuerda que en las Fuerzas Armadas y policiales hay una marcada homofobia. Un acto homosexual es sancionado con la baja de los involucrados, algo que resulta inconstitucional. “La Policía tiene un manual de derechos humanos que incluye a los homosexuales entre los grupos socialmente vulnerables y señala que se debe hacer respetar sus derechos. Los agentes que agredieron el sábado no leyeron su manual y tampoco lo hicieron los involucrados en otras agresiones”, precisa.   

Muchos de los participantes en la actividad del sábado fueron golpeados fuera de la Plaza de Armas y perseguidos por las calles aledañas. ¿Bajo qué cargos? ¿Alguien lo puede justificar? “Este desprecio por los derechos de los homosexuales genera más violencia. El año pasado 16 peruanos fueron asesinados por su opción sexual. Es la expresión más grave de la homofobia. Aquí existe una cultura que considera a los gays personas de segunda clase”, afirma Forno. ¿Actuaron los policías impulsados por sus prejuicios?, le preguntamos. “Eso está claro –responde–, pero habrá que ver quién los mandó. También es responsable”.

Durante la reunión que sostuvo con dirigentes de la comunidad gay de Lima, el ministro del Interior, Miguel Hidalgo, lamentó lo ocurrido, pero no se disculpó con las víctimas. Para muchos policías, ciertas autoridades y verborreicos líderes de opinión, amar sí es un delito si se trata de dos personas del mismo sexo. La lucha de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales por el respeto a sus derechos todavía tiene por delante un largo camino en el Perú.
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