Por Dante Bobadilla Ramírez
Si hay algo que distingue al intelectualismo de izquierda es esa tendencia natural a enmascarar la verdad con una nube de justificaciones maniqueas, apelando a una típica verborragia chapucera y a sus inconfundibles piezas de retórica efectista, donde se ensalzan los valores de la moral y la justicia por encima de cualquier hecho y razón. Gracias a esta jerigonza dialéctica tergiversan la realidad a tal punto que el culpable resulta inocente y la víctima, condenable. ¿Les suena conocido?
Lo vemos siempre frente a los disturbios callejeros. Y ahora defienden el vandalismo de los jóvenes en la reciente marcha de la CGTP, pintarrajeando a su antojo la estatua del Libertador San Martín en el acto final de su "gesta revolucionaria", transcurrida también pintando lemas en las paredes a lo extenso de su recorrido. No me sorprende en lo absoluto encontrar artículos de intelectuales de izquierda que, frente al salvajismo colectivo y a las muestras de censura, terminan condenando la condena, relativizando la moral de los reporteros, burlándose de la indignación general, y desacreditando los íconos culturales que han sido agredidos. Hacen defensa tenaz de los vándalos y justifican la barbarie llamándola "derecho de protesta", "rebelión legítima", "fundamental aprendizaje juvenil de transgresión a las normas impuestas por un sistema que rechazan", entre otras estupideces de igual calibre, sin un mínimo de autocrítica.
Estamos frente a una muestra más de la clásica hipocresía y doble moral de izquierda. No solo debemos enfrentarnos a masas histéricas, terroristas reinsertados, agitadores mesiánicos, vándalos pintores, sino que al final de toda esa lacra apocalíptica vienen los intelectuales de izquierda escribiendo laudatorios a las marchas y movilizaciones, con sus consabidas monsergas sobre "derechos del pueblo", "justicia social", "defensa de la vida", etc. Cómo no recordar en estos momentos el informe final de la CVR, aquel mamarracho perpetrado por intelectuales de izquierda elegidos desde el parasitismo socioanalítico oenegiento, una brillante selección de miembros de la argolla caviar PUCP encargada de desdibujar la responsabilidad de Sendero Luminoso y culpar del "conflicto armado interno" a la pobreza, la miseria, el abandono, la exclusión y dejar a los terroristas como soñadores que apenas erraron el camino de la justicia social.
Gracias a la magia discursiva de estos intelectuales, el informe de la CVR no solo le lava las manos a Sendero Luminoso relativizando su responsabilidad, sino que exculpa por completo a la izquierda peruana, como si estos no se hubiesen pasado tres décadas predicando la lucha armada, anunciando la guerra popular y asumiendo el empleo de la violencia como método político válido. Sin embargo, al final, ellos mismos se autoexculpan como si nunca hubiesen tenido nada que ver. Sería largo enumerar las diversas expresiones de hipocresía y deshonestidad exhibidas por los intelectuales de la izquierda peruana. Ojalá alguien se anime a hacer un estudio riguroso y presentar una tesis sobre este denigrante aspecto de nuestra realidad sociopolítica, tal como se ha hecho en otros contextos. Quizá el mayor de todos los esfuerzos por desmitificar a los farsantes de izquierda sea el magistral libro de Karl Popper "La sociedad abierta y sus enemigos", sazonado incluso con calificativos de grueso calibre que, a mi juicio y gusto, están no solo justificados sino merecidamente bien puestos.
Realmente hacemos poco para contrarrestar la verborragia de los intelectuales de izquierda. En medio de la ignorancia muchos de estos son absurdamente elogiados y tenidos como sabios, y permitimos que tengan éxito en su retórica y doble moral. Peor aún, sus textos son usados por la academia, tal como ya se está enseñando el informe de la CVR. Incluso gran parte de la historia que se enseña en las escuelas es una absurda tergiversación idealista de la historia perpetrada por intelectuales de izquierda, como por ejemplo la exaltación vaporosa de la Revolución Francesa, un acto de masas completamente irracional que se caracterizó por la violencia descontrolada a cargo de muchedumbres histéricas que asaltaban todo lo que hallaban a su paso, asesinando autoridades para luego decapitar su cadáver y pasear su cabeza clavada sobre una picota en medio de júbilo histérico.
El salvajismo criminal de las masas se extendió como una epidemia de enfermedad mental por todo Francia. Al cabo de quince días de masacres que tiñeron de sangre el Sena, la Asamblea aprobó ciertas reformas por temor a esas muchedumbres exaltadas, mejor dicho, se anuló todo lo vigente, incluyendo el calendario. Luego de la barbarie del populacho, producto de la pérdida de racionalidad con efervescencia emocional colectiva, aparecieron los clásicos intelectuales de izquierda para transformar la carnicería salvaje en heroica gesta del pueblo en busca de libertad, igualdad y solidaridad. Más tarde, esa muestra de insanía colectiva fue señalada como el inicio de una nueva Era en la humanidad: La Edad Contemporánea. Desde entonces los intelectuales de izquierda quedaron embelesados con las masas. Nunca cesaron de elogiar a las masas hasta la idolatría, procurando hallar fórmulas para aprovechar su fuerza brutal.
Por supuesto, existen versiones más realistas que muestran que en esa famosa "revolución francesa" hubo de todo menos inteligencia y humanismo, y que nunca hubo grandes ideales en ejecución. Pero se vende más la versión romántica. Eso es lo que le gusta a la gente. Los historiadores novelistas que transforman la barbarie en gestas románticas son los que han tenido mayor éxito. Y esa escuela sigue vigente. Lo leemos a diario en las columnas de la prensa. Son los que tienen más seguidores en el botón "me gusta". Esa es precisamente la especialidad de los intelectuales de izquierda: cambiar la verdad de los hechos apelando al sentimiento y a una aparente moral superior que todo lo justifica. Son expertos en engatuzar a la gente evitándoles la difícil tarea de razonar para hechizarlos con la simple mención de palabrítas mágicas como justicia, solidaridad, dignidad, soberanía, derechos...
A pesar de todo, no es nada difícil comprobar que la realidad y la razón contradice el discurso de izquierda. Siempre ha sido así. Allí están las pilas de cadáveres que desde la revolución francesa se han ido acumulando a lo largo de la "Edad Contemporánea" en países como Rusia, China, Camboya, Cuba y... lamentablemente también en el Perú, entre otras naciones fracasadas que siguieron las mismas recetas socialistas. Todo ello es muestra evidente de la profunda estupidez que conllevan las ideas de izquierda. Pero a pesar de las manifiestas pruebas de la falsedad del discurso de izquierda, estas siguen cautivando a las masas ignorantes y desprevenidas.
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