Por Javier Diez Canseco
A un año de las elecciones municipales y regionales y 18 meses de las generales, un intenso reacomodo político –coqueteos, alianzas, transfugismo, fracturas– está en curso y dibuja una clara estrategia de los sectores más conservadores. La derecha sabe que un amplio sector de la población, fundamentalmente en la sierra, la costa sur y la amazonía, quiere un cambio de rumbo.
¿Adónde? Aunque es impreciso, hay tres elementos claves: 1) Demanda de reconocimiento e inclusión de los pueblos, nacionalidades y sectores sociales excluidos sistemáticamente (aunque ellos no constituyan un solo movimiento); 2) Demanda de presencia de Estado –descentralizado, plurinacional, con autoridades bajo mayor control ciudadano, regulador, garante de servicios básicos y seguridad ciudadana– que atienda las secuelas de un desarrollo centralista y desigual, reconociendo la diversidad; 3) Justicia y soberanía: mejor distribución de la riqueza con una economía en que recuperemos los beneficios de la explotación de nuestros recursos naturales, apoyemos a los productores nacionales, respetemos los ecosistemas y derechos de los pueblos originarios y productores agrícolas.
La derecha, consciente de la ilegitimidad y desprestigio del sistema político (abuso de poder, corrupción y entreguismo), quiere destruir las opciones de cambio. Por ello se apoya en los poderes fácticos: medios de comunicación, empresas privadas de seguridad y espionaje, mandos autoritarios de las FFAA, estudios legales y poderosos gremios empresariales. Desde esos espacios busca fijar la agenda política nacional, centrada en crímenes pasionales y escandaletes, y desvía la atención del debate del cambio que se reclama.
Pero también imponen lo “políticamente correcto”, chantajean a quienes aspiran a ser opciones de cambio y alientan su fraccionamiento. Titulares para las divisiones y conflictos. Silencio a los esfuerzos unitarios. La derecha, que se sabe ella misma sobrepoblada de candidaturas, sin éxito en su afán de moverse al “centro”, necesita dividir a las fuerzas del cambio, socavar sus liderazgos e impedir la unidad, para cerrarle opciones en la segunda vuelta del 2011.
Y, como bien lo señalara Nelson Manrique hace unos días, esta operación parece contar con una casi entusiasta cooperación de fuerzas que se definen por el cambio. Algunos ganados por la idea de su “destino manifiesto”, otros jugándose una “rifa política” (si Fujimori pudo...), y alguno jugando el papel del guión divisionista de la derecha. Parece haberse aprendido poco de las lecciones de la historia reciente.
Hace 29 años, en setiembre de 1980, se fundó Izquierda Unida, aprendiendo de la derrota electoral, ese año, de las fuerzas de izquierda que habían sumado (separadas) primera votación en la Constituyente de 1978. El fracaso del 80 abrió paso a la unidad. En tres años, IU ganó la Municipalidad de Lima con Barrantes y luego dirigió 50% de los gobiernos regionales, un tercio de los municipios y fue la segunda fuerza electoral el 85.
La unidad demostró ser condición de avance y victoria. Pero debía cultivarse. El sectarismo, el maltrato de las diferencias, la falta de democracia interna, el cuoteo partidario de puestos, viejos estilos de gestión de los gobiernos ganados, la falta de renovación programática y organizativa, de trato horizontal con las organizaciones populares, de mujeres y de jóvenes, la falta de conciencia de ser país plurinacional, el impacto del terrorismo senderista que la derecha machacaba como de izquierda y, sobre todo, la falta de voluntad de poder y de capacidad de poner por delante el cambio del Perú, nos llevaron a la disgregación de la izquierda más grande de América del Sur.
El 2006, una avalancha por el cambio volvió a abrir una oportunidad que se perdió por un pelo, pero la lección de unidad y organización fue escasa. ¿Se refundarán las fuerzas del cambio o se cumplirá el libreto de la derecha?
A un año de las elecciones municipales y regionales y 18 meses de las generales, un intenso reacomodo político –coqueteos, alianzas, transfugismo, fracturas– está en curso y dibuja una clara estrategia de los sectores más conservadores. La derecha sabe que un amplio sector de la población, fundamentalmente en la sierra, la costa sur y la amazonía, quiere un cambio de rumbo.
¿Adónde? Aunque es impreciso, hay tres elementos claves: 1) Demanda de reconocimiento e inclusión de los pueblos, nacionalidades y sectores sociales excluidos sistemáticamente (aunque ellos no constituyan un solo movimiento); 2) Demanda de presencia de Estado –descentralizado, plurinacional, con autoridades bajo mayor control ciudadano, regulador, garante de servicios básicos y seguridad ciudadana– que atienda las secuelas de un desarrollo centralista y desigual, reconociendo la diversidad; 3) Justicia y soberanía: mejor distribución de la riqueza con una economía en que recuperemos los beneficios de la explotación de nuestros recursos naturales, apoyemos a los productores nacionales, respetemos los ecosistemas y derechos de los pueblos originarios y productores agrícolas.
La derecha, consciente de la ilegitimidad y desprestigio del sistema político (abuso de poder, corrupción y entreguismo), quiere destruir las opciones de cambio. Por ello se apoya en los poderes fácticos: medios de comunicación, empresas privadas de seguridad y espionaje, mandos autoritarios de las FFAA, estudios legales y poderosos gremios empresariales. Desde esos espacios busca fijar la agenda política nacional, centrada en crímenes pasionales y escandaletes, y desvía la atención del debate del cambio que se reclama.
Pero también imponen lo “políticamente correcto”, chantajean a quienes aspiran a ser opciones de cambio y alientan su fraccionamiento. Titulares para las divisiones y conflictos. Silencio a los esfuerzos unitarios. La derecha, que se sabe ella misma sobrepoblada de candidaturas, sin éxito en su afán de moverse al “centro”, necesita dividir a las fuerzas del cambio, socavar sus liderazgos e impedir la unidad, para cerrarle opciones en la segunda vuelta del 2011.
Y, como bien lo señalara Nelson Manrique hace unos días, esta operación parece contar con una casi entusiasta cooperación de fuerzas que se definen por el cambio. Algunos ganados por la idea de su “destino manifiesto”, otros jugándose una “rifa política” (si Fujimori pudo...), y alguno jugando el papel del guión divisionista de la derecha. Parece haberse aprendido poco de las lecciones de la historia reciente.
Hace 29 años, en setiembre de 1980, se fundó Izquierda Unida, aprendiendo de la derrota electoral, ese año, de las fuerzas de izquierda que habían sumado (separadas) primera votación en la Constituyente de 1978. El fracaso del 80 abrió paso a la unidad. En tres años, IU ganó la Municipalidad de Lima con Barrantes y luego dirigió 50% de los gobiernos regionales, un tercio de los municipios y fue la segunda fuerza electoral el 85.
La unidad demostró ser condición de avance y victoria. Pero debía cultivarse. El sectarismo, el maltrato de las diferencias, la falta de democracia interna, el cuoteo partidario de puestos, viejos estilos de gestión de los gobiernos ganados, la falta de renovación programática y organizativa, de trato horizontal con las organizaciones populares, de mujeres y de jóvenes, la falta de conciencia de ser país plurinacional, el impacto del terrorismo senderista que la derecha machacaba como de izquierda y, sobre todo, la falta de voluntad de poder y de capacidad de poner por delante el cambio del Perú, nos llevaron a la disgregación de la izquierda más grande de América del Sur.
El 2006, una avalancha por el cambio volvió a abrir una oportunidad que se perdió por un pelo, pero la lección de unidad y organización fue escasa. ¿Se refundarán las fuerzas del cambio o se cumplirá el libreto de la derecha?
FUENTE: http://www.larepublica.pe/node/225692