Por Rocío Silva Santisteban
Un gerontosaurio no es un animal en extinción. En realidad, es un homus politicus, que debido a la incapacidad o desidia de sus coetáneos, que no contemporáneos, resuelve quedarse en el puesto político que desempeña como líder por los siglos de los siglos. Un gerontosaurio no es un político antiguo ni un setentero necesariamente: un gerontosaurio es alguien que no busca renovar su espacio político ni renovarse personalmente: un ex adolescente militante que vive mirando las luchas anteriores a la Asamblea Constituyente del 79. Alguien que cuando se ve en el espejo espera encontrar al joven barbudo que fue, aun cuando ya no tenga solo entradas sino calvicie franca y redonda. El gerontosaurio es un ser que tiene miedo a la renovación, porque él fue la renovación radical en un momento de su vida, y si para una mujer es complejo aceptar la vejez, para un gerontosaurio es casi un laberinto de intensidades viscosas. Por este motivo muchos gerontosaurios tienen cierta deficiencia de tolerancia a los saurios jóvenes, sobre todo si tienen pasta de líderes.
Yo pensaba que los gerontosaurios eran de izquierda: ¡ahí están tantísimos para demostrarlo! Aquellos líderes que a los 25 años ya militaban y enarbolaban banderas, y eran grandes oradores y hoy, percudidos por la cultura autoritaria, ni siquiera se atreven a escoger a un delfín… Pero estoy completamente equivocada: una ex compañera de la universidad y militante pepecista me comentó que en la derecha peruana el gerontosaurismo llega a niveles peores que en la izquierda: “la misma vejez que opina, organiza, manda, hace caja para sus bolsillos y ¡apaga cualquier intento de renovación!”. ¿Y en el aprismo? Hay manadas de gerontosaurios que alucinan que sus contendores son los “cuarentones” como si esta edad fuera una etapa de la juventud. La verdad que si alguien sostiene que Aurelio Pastor o Carlos Arana son jóvenes, entonces, es un irredento gerontosaurio con briznas de Alzheimer.
Un líder de la tercera edad no es necesariamente un gerontosaurio: por ejemplo Haya de la Torre nunca lo fue. Precisamente porque sabía que lo imprescindible para mantener la política en ebullición es la carne fresca, la mística de los jóvenes, las apuestas por mentes aún no contaminadas por las sumas y restas de los reacomodos electorales. Hoy en día un militante viejo y sabio de izquierda, cuyo nombre no menciono porque estoy segura de que no le va a gustar, pero que para dar ciertas pistas diré que es sociólogo de vocación y no de título e intenta diálogos con los jóvenes permanentemente, es en realidad más muchacho que aquellos que no se enlodan las manos; tiene canas y muchos años a cuestas, pero no pertenece a ninguna familia de reptiles.
Como bien dice el poeta Frido Martin, “el gerontosaurismo es un estado mental”, no una coción temporal. Lo más triste de todo es que hay gerontosaurios-bebés, que con las justas h pado de una asamblea, pero ya llevan las escamas a cuestas y están cambiando por enésima vez de camiseta. Son los más peligrosos.
Un gerontosaurio no es un animal en extinción. En realidad, es un homus politicus, que debido a la incapacidad o desidia de sus coetáneos, que no contemporáneos, resuelve quedarse en el puesto político que desempeña como líder por los siglos de los siglos. Un gerontosaurio no es un político antiguo ni un setentero necesariamente: un gerontosaurio es alguien que no busca renovar su espacio político ni renovarse personalmente: un ex adolescente militante que vive mirando las luchas anteriores a la Asamblea Constituyente del 79. Alguien que cuando se ve en el espejo espera encontrar al joven barbudo que fue, aun cuando ya no tenga solo entradas sino calvicie franca y redonda. El gerontosaurio es un ser que tiene miedo a la renovación, porque él fue la renovación radical en un momento de su vida, y si para una mujer es complejo aceptar la vejez, para un gerontosaurio es casi un laberinto de intensidades viscosas. Por este motivo muchos gerontosaurios tienen cierta deficiencia de tolerancia a los saurios jóvenes, sobre todo si tienen pasta de líderes.
Yo pensaba que los gerontosaurios eran de izquierda: ¡ahí están tantísimos para demostrarlo! Aquellos líderes que a los 25 años ya militaban y enarbolaban banderas, y eran grandes oradores y hoy, percudidos por la cultura autoritaria, ni siquiera se atreven a escoger a un delfín… Pero estoy completamente equivocada: una ex compañera de la universidad y militante pepecista me comentó que en la derecha peruana el gerontosaurismo llega a niveles peores que en la izquierda: “la misma vejez que opina, organiza, manda, hace caja para sus bolsillos y ¡apaga cualquier intento de renovación!”. ¿Y en el aprismo? Hay manadas de gerontosaurios que alucinan que sus contendores son los “cuarentones” como si esta edad fuera una etapa de la juventud. La verdad que si alguien sostiene que Aurelio Pastor o Carlos Arana son jóvenes, entonces, es un irredento gerontosaurio con briznas de Alzheimer.
Un líder de la tercera edad no es necesariamente un gerontosaurio: por ejemplo Haya de la Torre nunca lo fue. Precisamente porque sabía que lo imprescindible para mantener la política en ebullición es la carne fresca, la mística de los jóvenes, las apuestas por mentes aún no contaminadas por las sumas y restas de los reacomodos electorales. Hoy en día un militante viejo y sabio de izquierda, cuyo nombre no menciono porque estoy segura de que no le va a gustar, pero que para dar ciertas pistas diré que es sociólogo de vocación y no de título e intenta diálogos con los jóvenes permanentemente, es en realidad más muchacho que aquellos que no se enlodan las manos; tiene canas y muchos años a cuestas, pero no pertenece a ninguna familia de reptiles.
Como bien dice el poeta Frido Martin, “el gerontosaurismo es un estado mental”, no una coción temporal. Lo más triste de todo es que hay gerontosaurios-bebés, que con las justas h pado de una asamblea, pero ya llevan las escamas a cuestas y están cambiando por enésima vez de camiseta. Son los más peligrosos.