Si de algo ha servido toda la discusión generada alrededor del intento
del Movadef de inscribirse como partido político, es para demostrar que
hay temas que convocan la unidad. Y la lucha contra el terrorismo y sus
secuelas es uno de ellos.
Debería servir también para ponerle coto a dos discursos políticos
francamente retardatarios y cuyo encono mutuo dificulta la maduración
política del país. Por un lado, desde el fujimorismo clavándole
imputaciones pro-terroristas a la izquierda.
Quienes mejor han desnudado la entraña autoritaria de Sendero en estos
días han sido personajes como Carlos Tapia, Javier Diez Canseco, Nelson
Manrique, Julio Cotler y muchos más. La izquierda se enfrentó a Sendero,
y si bien no hay contabilidad al respecto, no nos cabe duda alguna de
que la mayoría de dirigentes populares asesinados por SL eran militantes
de la izquierda, que lo combatió en las calles, las aulas y, sobre
todo, en el campo (las rondas campesinas obligaron a SL a migrar a la
ciudad y así a facilitar la captura de sus cabezas).
Pero ella ha contribuido, a su vez, a enervar la atmósfera en su contra
por una mezquindad histórica respecto del fujimorismo. Fue durante el
gobierno de Fujimori que se cambió la estrategia antisubversiva. La
dupla Fujimori-Montesinos cobijó, lamentablemente, al grupo Colina
–hecho por el cual, además, ambos purgan condena-, pero eso no nos puede
llevar a menoscabar un hecho histórico, como es que en los 90 se
remontó una guerra que el Perú estaba perdiendo.
In extremis se señala, inclusive, que Fujimori no puede atribuirse la
captura de Guzmán porque, cuando ocurrió, estaba pescando en la selva
(¿?). Bueno, tendrían que poner de acuerdo sus propias ideas. Si se le
atribuye autoría mediata en los excesos cometidos, también la debería
tener en la detención del llamado “presidente Gonzalo”, ¿no?
El odio antifujimorista de la izquierda, incapaz de reconocerle mérito
alguno, ha generado su contraparte agresiva, acrecentada por el
desenlace judicial después de la implosión del gobierno de Fujimori en
el 2000.
Lo cierto es que si vamos a seguir apreciando el penoso espectáculo de
dardos encendidos entre “mafiosos” y “proterrucos”, los que saldrán
ganando serán los radicales de ambos lados (no es casualidad que el
Movadef y los voceros de la derecha ultraconservadora odien por igual a
los “caviares” y a los liberales).
Si después de casi dos décadas de haber derrotado al peor enemigo que ha
tenido el país después de la guerra con Chile, vamos a seguir atrapados
en discursos de dos sectores políticos e intelectuales que buscan
invalidarse mutuamente con argumentos falaces, la convivencia
democrática del país se asoma como un proyecto casi utópico.