Por Fernando Rospigliosi
frospigliosi@larepublica.com.pe
La muerte del obrero cubano Orlando Zapata, en una mazmorra de los hermanos Castro, muestra la auténtica faz de la más antigua y feroz dictadura de América Latina.
La infame prisión norteamericana de Guantánamo es un hotel de cinco estrellas comparada con las espantosas cárceles cubanas, donde son arrojados los disidentes políticos.
Orlando Zapata, obrero, negro, pobre, fue detenido hace siete años. No era un terrorista, no ponía bombas. No era un delincuente, no asaltaba bancos. Fue adoptado como preso de conciencia por Amnistía Internacional. Era miembro del Directorio Democrático Cubano, organización que lucha por elementales libertades democráticas en la Cuba gobernada desde hace 51 años por los hermanos Fidel y Raúl Castro.
El crimen
Zapata fue apresado porque cometió el peor de los delitos que se puede perpetrar en una dictadura totalitaria, oponerse con la cara descubierta al régimen de terror, que se sostiene por el miedo de la mayoría a un sistema represivo omnipresente que parece invencible.
El régimen tiene que sancionar con rapidez, brutalidad y extrema crueldad a los disidentes, porque de lo contrario el “mal ejemplo” se extiende y las masas adormecidas y resignadas, pero hartas de un sistema corrupto que las ha privado de libertad y de los bienes más esenciales, se rebelarían.
Por el hecho de expresar su deseo de libertad, el obrero Orlando Zapata, fue condenado a 32 años de prisión en juicios sumarios, una farsa peor a la de los tribunales sin rostro de la época de Alberto Fujimori.
En esa misma época, la “primavera negra” del año 2003, fueron detenidos otros 75 periodistas y activistas de la democracia y los derechos humanos.
El horror de Kilo 8
La bloguera cubana Yoani Sánchez ha publicado un testimonio desgarrador sobre la situación de Zapata en la prisión Kilo 8, en Camagüey, testimonio reproducido en El País de España:
“Después llegó la soledad de una celda tapiada, los malos tratos, las palizas y con ello terminó la ilusión de que un preso no condenado a muerte tiene derecho a que le respeten la vida.
“Al cancelarse la visita a Cuba del relator de las Naciones Unidas contra la tortura, terminó para muchos la esperanza de ser rescatados de los malos tratos en los penales. Aprovechándose de su impunidad, los guardas metieron a Orlando en un espacio breve, donde tenía que compartir el suelo con las ratas y las cucarachas.
“Le gritaban por la rendija de una puerta de hierro que no iba a salirse con la suya, pues en una prisión revolucionaria un preso político equivale a los gorgojos que acompañan –permanentemente– al arroz.
“Se resistió a ponerse el uniforme de presidiario y eso le trajo otra andanada de golpes y el punzante castigo de reducirle las visitas de sus familiares. Cuando abrieron el sitio donde lo habían enterrado vivo, ya el daño era irreversible y la culpa salpicaba hasta la mismísima silla del actual presidente cubano.” (“¿Quién mató a Orlando Zapata?”, El País, 26.2.10).
En esas condiciones, Zapata realizó una huelga de hambre, de las de a verdad. Murió 86 días después, el 23 de febrero. Ningún medio de prensa de la dictadura totalitaria de los hermanos Castro informó nada en Cuba sobre la huelga, la muerte y el entierro de Zapata.
Ahora cinco disidentes más –cuatro de ellos en prisión– se han declarado también en huelga de hambre en Cuba.
Los cómplices
Mientras Zapata moría lentamente, los presidentes de América Latina –incluido el sátrapa cubano– se reunían en México para formar una organización –¡otra más!– regional. Ni una palabra salió de allí para demandar la libertad o un mejor trato para los más de 200 presos políticos cubanos.
Peor aún, el antiguo sindicalista, luchador antidictatorial y hoy presidente del Brasil, Lula da Silva, visitó Cuba y se reunió con los hermanos Castro. Por supuesto, no dijo una palabra sobre Zapata –que agonizaba en ese momento– ni sobre los presos de conciencia.
El jueves pasado, otro dictador que sigue los pasos de los Castro, abandonó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (como Fujimori) e insultó procazmente a su Secretario, el argentino Santiago Cantón: “excremento puro” le dijo.
Cantón es conocido en el Perú. Visitó muchas veces el país en la década de 1990 como funcionario internacional, apoyando a los periodistas y demócratas que luchábamos contra la dictadura de Fujimori y Montesinos.
¿Qué dicen de todo esto los izquierdistas peruanos? Están mudos. Los más desvergonzados defenderán a Castro y Chávez, la mayoría no se atreverá, pero guardará silencio cómplice.
Como se dijo en esta columna la semana pasada, el compromiso con la democracia y los derechos humanos de las élites de izquierda y derecha es oportunista, los defienden solo cuando les conviene.
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