Por Martín Santivánez Vivanco
LIMA | Es difícil, muy difícil que un museo politizado transforme la historia de nuestro país. Ciertamente, hay edificios nacidos para recrear en un espacio concreto el élan vital de un pueblo, construcciones dignas y severas que encarnan la fuerza de su tiempo, atesorando en su seno todo aquello que es valioso para una civilización.
Pese a todo, la política, ars aspergendi, suele contaminar cualquier empeño "objetivo" por rescatar la memoria, más aún cuando un país continúa recorriendo el sendero oscuro de la violencia mesiánica y se revuelca indefenso en el veneno radical.
Para una labor de introspección con ínfulas de perennidad, es preciso que transcurra el tiempo, y que otros actores juzguen los hechos, abandonando el ánimo cainita de aquellos informes que sirven de marco teórico al edificio con el que los miraflorinos tendremos que convivir.
Es complicado asegurar un clima de imparcialidad que evite resucitar inquinas y debates partidistas. No creo, como muchos, que Mario Vargas Llosa sea el tonto útil de algunos cacasenos progresistas que pretenden emplear su figura para blindarse ante la opinión pública, seguros de que nadie duda de la buena fe del escritor.
Estoy convencido de que Vargas Llosa velará por la inclusión en un puesto de honor de aquellos héroes que perecieron defendiéndonos, mientras la izquierda sensualizada (nostalgia de Historia de Mayta) se dedicaba a contemporizar con el terror de estirpe maoísta.
Sin embargo, Vargas Llosa sí peca de exceso de confianza. El Museo que él propugna no es el mismo que sus amigos construyen. Éste no contribuirá a detener la sangría del VRAE ni exorcizará el fantasma de la violencia. Y no lo hará porque los museos no acaban con las causas estructurales de la pobreza, ni derriban los muros ideológicos, ni liquidan a los políticos ineptos que provocan revoluciones y siembran la sedición. No caigamos en el infantilismo político. Mucho conseguirá el sartrecillo valiente si equilibra la balanza y conjura el sesgo progresista rescatando el heroísmo policial y ensalzando a los peruanos que supieron frenar a Sendero, el gran talibán.
Vargas Llosa ha dicho que en Yuyanapaq "probablemente no estuvo suficientemente representado el heroísmo y la valentía de muchísimos oficiales y soldados".
Y tiene razón. Los peruanos no queremos un museo en el que figuren los terroristas como campeones de la patria, héroes del pueblo o corderos pascuales de la revolución.
Los peruanos queremos un museo imparcial, en el que los héroes sean héroes y los asesinos, asesinos. Luchamos por la memoria auténtica. Reclamamos la verdad. Es bueno saber que Vargas Llosa, en este punto, camina con el país.
FUENTE: http://www.correoperu.com.pe/correo/columnistas.php?txtEdi_id=4&txtSecci_parent=&txtSecci_id=84&txtNota_id=242777
Pese a todo, la política, ars aspergendi, suele contaminar cualquier empeño "objetivo" por rescatar la memoria, más aún cuando un país continúa recorriendo el sendero oscuro de la violencia mesiánica y se revuelca indefenso en el veneno radical.
Para una labor de introspección con ínfulas de perennidad, es preciso que transcurra el tiempo, y que otros actores juzguen los hechos, abandonando el ánimo cainita de aquellos informes que sirven de marco teórico al edificio con el que los miraflorinos tendremos que convivir.
Es complicado asegurar un clima de imparcialidad que evite resucitar inquinas y debates partidistas. No creo, como muchos, que Mario Vargas Llosa sea el tonto útil de algunos cacasenos progresistas que pretenden emplear su figura para blindarse ante la opinión pública, seguros de que nadie duda de la buena fe del escritor.
Estoy convencido de que Vargas Llosa velará por la inclusión en un puesto de honor de aquellos héroes que perecieron defendiéndonos, mientras la izquierda sensualizada (nostalgia de Historia de Mayta) se dedicaba a contemporizar con el terror de estirpe maoísta.
Sin embargo, Vargas Llosa sí peca de exceso de confianza. El Museo que él propugna no es el mismo que sus amigos construyen. Éste no contribuirá a detener la sangría del VRAE ni exorcizará el fantasma de la violencia. Y no lo hará porque los museos no acaban con las causas estructurales de la pobreza, ni derriban los muros ideológicos, ni liquidan a los políticos ineptos que provocan revoluciones y siembran la sedición. No caigamos en el infantilismo político. Mucho conseguirá el sartrecillo valiente si equilibra la balanza y conjura el sesgo progresista rescatando el heroísmo policial y ensalzando a los peruanos que supieron frenar a Sendero, el gran talibán.
Vargas Llosa ha dicho que en Yuyanapaq "probablemente no estuvo suficientemente representado el heroísmo y la valentía de muchísimos oficiales y soldados".
Y tiene razón. Los peruanos no queremos un museo en el que figuren los terroristas como campeones de la patria, héroes del pueblo o corderos pascuales de la revolución.
Los peruanos queremos un museo imparcial, en el que los héroes sean héroes y los asesinos, asesinos. Luchamos por la memoria auténtica. Reclamamos la verdad. Es bueno saber que Vargas Llosa, en este punto, camina con el país.
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