Por Hugo Neira
La rebelión de los pueblos árabes contra sus despotismos sigue extendiéndose. Un viento de libertad sacude a Irán, al alejado Yemen, y pasando por Egipto, hasta la intocable Libia de Gadafi donde se tira a muerte contra la multitud. No es solamente que el descontento viaje de la pequeña Túnez a los países del Golfo Pérsico. La TV mundial sigue en directo esos acontecimientos. Todos hemos visto un millón de personas en la plaza Tahrir, en El Cairo, presionando para la salida de Mubarak. Sin embargo, el célebre politólogo Sartori había dicho en “Homo Videns” “La televisión da noticias pero no da nociones”. Y nunca como en este caso, la pantalla muestra sus límites. Ver no es comprender.
Reflexionar es, pues, el papel de la prensa escrita. La pequeña pantalla aborrece la abstracción, pero hay excepciones. Con qué inmenso agrado he podido escuchar en Antena 5 de París, a Edgar Morin, resumiendo lo que centenares de periodistas de la TV, no atinan. ”En una región dominada por regímenes despóticos, unos civiles y otros religiosos, ha irrumpido lo inesperado”. Y esa es la historia, dice Morin, la antigua y la presente: lo inconcebible llega en un instante. Primera noción.
La segunda, la sorpresa del objetivo de esa rebelión: la democracia. Esas muchedumbres árabes quieren elecciones libres. Como si fuesen noruegos u holandeses, para decirlo rápidamente, quieren la extensión de la democracia a sus sociedades. ¡Vaya sorpresa! El viento de libertad no solo derrumba gobiernos sino que acaba con la perversa versión de unas ciencias llamadas “orientalistas”. Hasta un día antes que el joven tunecino Bouazizi se inmolara, la idea dominante fue la siguiente: el mundo árabe es insensible a la democracia. Qué tontería. Los que estudiaron ese mundo, casi sin excepción (salvo intelectuales disidentes en Londres) sostenían el dogma de la incompatibilidad absoluta entre sociedades islámicas y democracia. Y eso se ha revelado erróneo.
Otra novedad es que los árabes contradicen su propia historia. En el pasado, los movimientos populares reivindicaban su hostilidad ante un Occidente colonialista. La ocupación del Canal de Suez por Nasser en 1956, se hizo contra las potencias extranjeras. Durante la guerra fría, surgieron Estados fuertes, donde un jefe único, o un partido, controlaba todo. Ni a los EEUU ni a Europa les importó demasiado la situación interna. Como, dicho sea de paso, no les importa en China, esa gran nación sin democracia. En cuanto al Islam, hoy ni lidera esa rebelión ni la enfrenta. Terminada la plegaria, los fieles retoman sus batallas callejeras. Ese mundo vive una hora política y no teológica.
Un velo de ignorancia se descorre en el Medio Oriente. Hoy son masas extraoccidentales las que aspiran a derechos humanos occidentales. Pero hasta hace poco, juristas y ONG se planteaban que tal vez era pretencioso intervenir contra la ablación del clítoris en musulmanas, ¿con qué derecho, si era conforme a la tradición? Pero, una cosa es reconocer “la dignidad cultural de los mundos diferentes” (Lévi-Strauss) y otra servirse de las diferencias culturales para justificar Estados autoritarios. Para esos manejos, Estado aimara, etc, son malas noticias lo que acontece en Yemen o Qatar: para escapar a la humillación del inmovilismo, la gente busca transiciones democráticas. Tardarán, no seamos ingenuos, pero lo de Túnez y Egipto también es claro mentís de una ideología reaccionaria disfrazada de antropología. Mal llevada la identidad, se puede volver otro opio del pueblo.
La verdad monda y lironda es que los valores universales existen: los seres humanos quieren ser libres. Lo demás –qué se come, con quién se casa uno– es de los mundos de la vida, el “Lebenswelt” de los filósofos. Pero gobernarse, desde los griegos, es autorganización; “polis” de todos decía Aristóteles; o tiranía de unos cuantos. Y en eso, en optar, los árabes se incorporan a la historia contemporánea. Con una rebelión que no es réplica de nada que la preceda.
FUENTE:http://www.larepublica.pe/impresa/la-sorpresa-la-democracia-arabe-2011-02-24